
Eduardo Toral
La belleza de la verdad no tiene remedio. La mentira, sin embargo, tiene muchos más recursos para gustarnos, porque nos hace más humanos y porque es mil veces más placentera. Los políticos lo saben y lo utilizan sin pudor. Nada mejor que una mentira bien argumentada para robar el corazón y la billetera de la gente, que por su parte tampoco para de mentir con idéntica frescura ni un solo día de la semana. Mentimos para hacer la realidad más habitable, nuestras relaciones más confortables y nuestros proyectos más verosímiles. Nada es tan engañoso como la realidad cotidiana, y nada es tan inverosímil como el
loco afán por intentar ser, entre los amigos, una máquina de triturar verdades para modificar positiva o negativamente el ahora y el mañana. Pero la memoria trabaja sin cesar, sin reclamarnos, sin pedir permiso, y está empeñada en desenmascarar lo que a nadie conviene hacer cristalino, porque los cimientos de la sociedad que nos ha tocado vivir pueden resquebrajarse. Olvidamos, sin despeinarnos, el Camping de Biescas, olvidamos Aznalcóllar, olvidamos el Prestige, olvidamos Lorca, olvidamos los incendios de Galicia, y no nos preocupará olvidarnos de los damnificados por el volcán de la Palma justo el día que los medios encuentren otra desgracia a la que sacar, no mediáticamente sino enteramente, partido por inundación, partido por repetición, partido por saturación y partido por manipulación. Mil viviendas han sido engullidas por la colada y es imposible su rehabilitación. Es el hecho noticiable a día de hoy. Mil historias sepultadas que abandonaremos en nuestro repleto archivo Z, que es el último carpetón del corazón lacrimoso y doliente. La muy tozuda teoría del decaimiento explica con detalle como cada nueva información crea un espacio amnésico, que si no se trabaja o se sostiene en actividad o se recrea convenientemente, decae, declina, mengua, se debilita y desaparece. El olvido libera a nuestra memoria del exceso de información. El sabio Gamoneda ya nos lo contó: “la única sabiduría es el olvido”. ¿Será tan remordido y tan embaucador el mentiroso tiempo como para que nuestros abandonos no nos avergüencen? ¿Podremos vivir felices sabiendo que desertamos de perfil incluso de aquello que nos ha emocionado tan bestialmente como esta catástrofe natural ardiente -tan bella como agotadora-? Los seguimientos de estas noticias de tanto calado emocional son como los amores veraniegos de nuestra juventud: -una pasión que se disuelve en los fríos de los vientos otoñales-. Gamoneda, que es el gran conocedor de la poética del frio, también nos dejó un verso como para recordar estos momentos y permanecer alerta contra nuestra terrible displicencia a la hora de mentirnos: “Guárdate de la calcinación y del incesto; guárdate, digo, de ti misma, España.
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