
El cerebro, esa maldita máquina que fabrica las ilusiones y que tiene el oscuro poder de destruirlas en cada uno de sus pliegues, es EL RESPONSABLE DE NUESTRA PORNOGRAFICA CAOSFERA PARTICULAR. El cerebro nos engaña más que la sociedad porque ésta es menos precisa y más liviana de intenciones, pero nunca nos miente más allá de lo soportable. (No es capaz de emular el amor aunque sí da un cómodo lecho al odio). La sociedad nos aplica sin tino medias verdades que pretenden hacernos más sumisos y otras veces se ocupa de obsequiarnos con verdades absolutas muy poco asimilables. La peor de sus verdades, sin embargo, es lo que se ha dado en llamar verdad oficial: un tipo de certidumbre que, estando compuesta de diminutos fragmentos verdaderos, suele amparar una amable mentira de difícil trago. Al igual que la pornografía puede estimular, pero en ningún caso puede satisfacer la pasión. Con los muertos de esta pandemia el cerebro no ha conseguido procesar con precisión sobre nuestro bulímico caos informativo, lo que hay de cierto, de incierto o de cuestionable con las cifras que nos bombardean . Todas están perfectamente argumentadas, meditadas y empaquetadas. Algunos de sus valedores tratan de justificar la inocencia de sus números en el regazo de esa medicina, que trata de adormecer nuestra valoración de lo irremediable y encajarlo en lo natural. Pero, como ya estamos suficientemente maleados por la edad y la experiencia, nos sublevamos ante su escaso ingenio argumentativo y ante su machacona persistencia en los tranquilizadores planteamientos. No nos convencen ni las medias verdades ni las mentiras necesarias. Por mucho que se empeñen en no considerarnos maduros para consumir sus exóticos juegos simulados. Nuestro cerebro no consiente estas estratagemas y las rechaza por estúpidas. El caos que nos inunda no coincide con lo que estamos dispuestos a digerir naturalmente. Los muertos no se mueren a medias, ni siquiera un poco, para engañar los terribles números de cinco cifras que manipulan unos y otros. Ni nos infectan del bicho ni infectan nuestras entendederas. ¡Que lo sepan!. Sabemos que los números adultos siempre han vivido desnudos y copulando con el pensamiento, la palabra, la obra y la omisión. Pornográficos, por no llamarlos faltos de moral o directamente prostituibles.
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