Este nuevo término, de rincón de barra con tinto peleón, aúna aquello que los humanos despreciamos, por principio vital, convertido en moneda de cambio tertuliana cuando se dé noticia informativa, con opinión incluida, del enfangado «mundo mundial». No vale achinarse ni ponerse de perfijinping en esta Europa que se quiere estallar una leña húmeda en maquinarias de guerra, para intentar una fórmula de paz que se nos presenta inevitable en su rareza conceptual. No olvidemos que existe un grandísimo negocio armamentístico, y que Ucrania se convirtió en el mayor importador mundial de grandes armas este último lustro. Eso de hacer pedagogía con el gasto de más del dos por ciento de nuestros pecunios nacionales es muy difícil de entender y, a todas luces, provoca ceguera popular con su jodido obligatorio endeudamiento. Cuando nuestra Sanidad está tan necesitada y nuestra Educación tan deprimidita, que se vayan nuestros dineros de Erasmus belicosodefensivos a refugiarse bajo las aceradas faldas de Úrsula von der Leyen se antoja poco ocurrente, poco higiénico y a la vez muy poco o nada ineludible. Un paleto leonés como yo, se pregunta para que sirve hoy día la Diplomacia Internacional, si está presa de sus reglas y sus sistemas de proporcionalidad, si está vendida a sus principios de respeto con monedas de madera mercadeadas en las fronteras, si son un lujo solo al alcance de los más ricos y poderosos, o si simplemente son una full pantomima, ridículamente teatralizada, de una tragedia bufa mal escrita. ¿Cómo es posible en este siglo que el mundo esté sembrado de guerras, donde miles de civiles pierden su vida diariamente; donde las invasiones son portadas de periódicos ya incapacitados para el análisis moral serio; donde los niños tienen valor universal de cifra fría tan humanamente vergonzante; donde la naturaleza está soportando una clara extinción sin futuro vivible y donde la gran política es tan bochornosa como ineficaz para detener esta bestia locura global? «Nunca pienses que la guerra, no importa su necesidad o su justificación, no es un crimen» escribió con sabía lucidez Ernest Hemingway. Cualquier guerra es una implacable derrota de la torpe Diplomacia de los opulentos. Trump y Putin se tomarán unas cervezas con anchoas de aperitivo, y no importará ningún palillo los muertos de Ucrania, de Gaza, del Sudan, del Yemen, de Uganda, de Mali, de Níger, de Irán, de Siria, de Myanmar… En el espumoso brindis por los acuerdos que lleguen a cumplir o a incumplir, lo mismo les dará, quedará fotografiada la ignominia. Ellos trumputirán, sin despeinarse, nuestros destinos pagadores, que habrán de subir una brutalidad, y que en 2024 ya alcanzaron los 350 000 millones de euros. Alrededor del 1,9 % del PIB de la UE. Mientras nos rascan los bolsillos sin piedad y sin tino, los ciudadanos acudiremos a Lorca: «Quiero llorar porque me da la gana”. Me temo que NO QUEDA OTRA.