Hay una perezosa quietud para escuchar lo que se edita como música en este país, porque la gran mayoría de lo que tratan de colocarnos, con acerada insistencia, es puro ruido. Al menos a mí me pasa este mal llevar la banda musical del día a día. Cuando yo era chaval, los rapistas eran los esquiladores de ovejas, y de ahí pasó el asunto a los peluqueros que nos rapaban los pelos escarabajosos de la moda. Ahora, los rapistas convertidos en raperos son unos jovenzanazos que se dicen músicos y que torturan rimas con desmedida crueldad y una buena voluntad, sospechosa de criminalidad poética en modo de sincopado reciterío. Lo llaman… Rap. Probablemente, detonan y manejan nobles explosiones artísticas, que, luego elevadas a Trap, subgénero por ascensión del hip hop, han percutido con saña nuestros tímpanos desde una radio entregada a la actualidad más atronadora con tintes podencos o triunfiteros de calzador. Y de pronto, apareció Rosalía de nuevo para emocionarnos con melodías suaves y arrolladoras, con notas cuidadosas, limpias y delicadas. Una fragilidad envuelta de una espiritualidad untuosa, incluso para los que como yo somos reacios a esas introspecciones forzadas a abismarse en lo profundo, que los practicantes más moñas dicen que les conecta con lo superior. No trata esta muchacha de abrazarse al misticismo, como hiciera Amancio Prada con su inmejorable y exitoso “Cantico Espiritual” de San Juan de la Cruz. Se trata de algo tan difícil de definir este último trabajo de esta diva del pop español, como el sabor de las especias de mucha mezcla: El ras, el hanout, el curry, el garam masala, el bouquet garni o el baharat. Especias que sirven para todo tipo de guisos de carne, de pescado, o de productos de huerta. Todo bien agitado y envuelto en una delirante campaña mediática, que, por inundación, nos llega con sesgos macarras, con sesgos divinos, y con sesgos de diferencia bien concienzuda, con y contra la moda más actual. Y nos lo bebemos como un buen vino con unas buenas tapas. Alegremente. Es fresco, es joven, es elegante y con regustos clásicos. Personalmente me ha convencido y me ha regalado un buen tiempo de escucha seductora en este día lluvioso y desapacible. Es un buen trabajo, muy recomendable para todos aquellos que cada vez creen menos en los jóvenes, porque nacidos viejos no han llegado a madurar lo que se celebra en su naftalinosidad. Y este alarde musical es lo que se celebra. Es Rosalía como la esperanza que no hemos de perder en este pais, capaz de soportar mediáticamente las mierdas estridentes y desafinadas de los políticos, que desafinados suenan retumbando en nuestras entendederas, sin darnos ocasión para que ni su música ni sus letras den descanso a nuestros sentidos amortecidos por saturación. Estos cantamañanas no llegan al Lux de brillo en su metro cuadrado donde acomodar un Lumen.












