«El bulo reconocido en sede judicial de un tipo al que pagamos entre todos los sueldos, defendiendo a un manguirulo -defraudador confeso- arrolla al fiscal general del estado», me comenta el Boinas con un inusitado encabronamiento. «El mismo sujeto que encumbró al más infame Aznar y que ahora vocinglea por el pinganillo de su títere Ayuso, en el furor resabiado de sus canas, que justifican todo lo injustificable desde sus santos cojones alcohólicos, se toma unas cañas en libertad, celebrando exitosamente que ni su exabrupto defensivo ni las declaraciones exculpatorias de periodistas sean también rigurosamente castigadas por el mismo tribunal». Aquí el Boinas se «hinca otro trago largo» y empuja con decisión el trago anterior que no le había pasado del todo esa vena del cuello que se le hincha a ojos vista cuando se excita por desmedida ingurgitación nerviosa de las yugulares. «Tendrían que penarlos consecuentemente con una aleccionadora y ejemplar multa basada en la -apreciación de falso testimonio- para no contemplar eximentes en la condena sin pruebas de cargo a ese demolido Ortiz con cara de -yo no fui- que hasta los más torticeramente ciegos han visto no mentir». Pero la ley dice que…intenté pillar cacho en su discurso. » Los artículos de la ley, bien torturados en sus puntos y comas, sin pruebas fehacientes e incluso con probados indicios testificales de inocencia, dicen lo que al tribunal le salga de su morigeradisima punta del nabo puñetero. Pisar charcos de delito moral no les salpica ni gotita». En ese punto recordé el apocalíptico SOL DE JUSTICIA del Libro de Malaquías, donde por «juicios divinos» se sometería a tormento al reo abandonándolo para tostarse durante días expuesto a un sol que crujiera las piedras. Me imaginé por un instante al Fiscal General del Estado en modo conguito atado a una estaca en el almeriense desierto de Tabernas un recocido agosto implacable, y me apuré el vermut de un solo sorbo para apagarme el sofoco. El Boinas atacó de nuevo con un alarde de erudición aprendido en el Reader´s Digest que me dejó perplejo: «La ley es la razón de la ciudad, así como la razón es el gobierno del hombre. La causa inmediata de la ley es el juicio del legislador, pero la remota y última es la divinidad”, dijo el sabio Platón, y en este desjuiciado procedimiento, hasta Dios se sorprendería de darle un manotazo en las espaldas a este ciudadano García Ortiz que no está ya en edad de aprender a llorar. A mí, se me atragantó la tapa de albóndigas en salsa, me fui al baño para secarme las lágrimas del atasco y de paso aproveché para soltar un truño acordándome de estos jueces. A mí vuelta, el Boinas había pagado la ronda y se había marchado a una manifestación para que se juzgarán con severidad (“de una puta vez y con la misma celeridad que este caso») las responsabilidades sobre los 7291 ancianos fallecidos en las residencias madrileñas durante el COVID.










