A sabiendas de que somos millones y millones y millones de electrones, la flamante ganadora del Nobel de Física ha declarado solemnemente: “Las personas estamos compuestas básicamente de espacio vacío”. Y yo voy y me lo creo, porque de joven me empapé de esa idea donde las regiones desvanecidas del universo más allá de las atmósferas de los cuerpos celestes las habitaba la nada. Es muy difícil para el humano corriente entender la nada y su conjunto de insustanciales holguras desocupadas, de transcursos inmediables y de lapsos sin continuidad. La equivocación básica de nuestra existencia nos hace frágiles ante estas disyuntivas que solo las grandes mentes acarician sin llegar a profundizar en ellas. Esta sueca-francesa de erudición física privilegiada ha metido las narices en el desconocido mundo de los electrones a sabiendas de que, además de átomos y moléculas, estamos inundados, materialmente, de electrones. El experimento de su éxito trata de generar pulsos de luz en attosegundos* para calcular con una cierta precisión los veloces desarrollos que sufren los electrones cuando cambian su energía, que es como intentar saber cuándo una persona miente hablando de sí misma o de los demás si lo hace en un idioma recién inventado que solo ella domina. Según me han informado, los escurridizos attosegundos son una movidísima unidad de tiempo equivalente a una trillonésima parte de un segundo, algo que, en estos tiempos de prisas sin pausa, podría considerarse una nimiedad más dentro de los muchos defectos del universo donde esta equilibrista de solventes equilibrios mentales ha buscado su cosquilla del alma, que no es otra que el saber por saber del gran saber. Son fascinantes este tipo de personas que corren más allá de donde el común de los mortales consideramos terrenos imposibles de soñar, y, además, lo hacen empeñadas en construir un futuro donde se pueda intentar adivinar de qué estamos realmente construidos, para qué servimos y cómo evolucionaremos con nuestros espacios vacíos, que nunca podrán llenarse de lo que de verdad importa, que es la simple felicidad. Para los imbéciles integrales de cerebro más hueco que vacío, incrédulos de lo femenino como paradigma de inteligencia superior mejorada, tenemos una nueva heroína que se llama Anne L’Huillier, a la que acompañan los meritorios Pierre Agostini y Ferenc Krausz. Queridos, ¡muchísimas gracias por existir!
* El attosegundo es respecto al segundo lo que el segundo representa respecto a 30,000 millones de años.