Las trampas de lo más groseramente inevitable nada tienen que ver con el uso de los irrigadores anales para mantener que una relación sexual por el asterisco sea una experiencia “exitosa». No es más Tom el gato recién afeitado y este enano roedor valiente, Jerry, no es más fiero tras un par de wiskis. Nada con masa va más veloz que la luz salvo los taquiones, (que no son ni santos ni inocentes) cuando les tocan donde no se debe tocar por pudor. Sabidos y aceptados estos tres básicos principios, ¿qué es lo que no quiere perderse la tonta de baba patulea que habita en los peores sueños de la ultraderecha, por mor de su lenta manera intelectual, que permanentemente intenta porculizar a las buenas gentes del esfuerzo y de la solidaridad? Y, en educado Román Paladino, siempre jodían y joden con ansia perversa, como si nunca más pudieran volver a jodernos, o como si fuera la última vez que dieran rienda suelta a sus depravados instintos capaces de no putear y pasar por alto y por bajo calumnias ejemplares como las de M.A.R. El presunto menguante-mangante Montoro, epicentro de una tremebunda investigación de corrupción, que daría luz sin taquígrafos a una sistemática descojonación del uso de su ministerio para obtener beneficios económicos personales y políticos, es un ejemplo desolador. Su maloliente sucia causa anda tropezada en recursos legales que dan abundante aire a este sujeto para vacilarnos con su risa de buitre unos cuantos meses largos y otros tantos memes de WhatsApp. A eso llaman en mi tierra una – jodienda sin enmienda- en toda regla, que deja nuestra esperanza en la justicia a los pies de los rucios, que la transportan sin prisas en alforjas roñosas cargadas de indignidad. Y hablando de jodiendas, por seguir con el relato de la introducción a este capado artículo para no ayudar al lloro colectivo, alcemos con enfado unas cuantas rebuznadas en prosopopeya alegórica contra la Sala II del Supremo, que mantiene a Rato y a Zaplana sin sentencia durante un año, para despelotarse de la justicia con los bolsillos llenos y, aún condenados contundentemente, no pisar la cárcel. Hay que apretar con muchísima fuerza el asterisco personal del colectivo de cualquier signo para no ser penetrado por estos puñeteros de inmaculada puñeta vaga, que tienen tantas prisas para tipos como Ortiz y, a la vez, tanta parsimonia instrumental con quienes pertenecen a su diestro y siniestro lado ideológico. Amenazados por los irrigadores anales, blanqueos, cohechos, prevaricaciones, falsedades documentales, corruptelas vaselinosas…, todo tipo de detritus sin ratificar judicialmente, escondamos nuestros asombros e incomprensiones y no seamos ni cómplices ni asentidores. Entre la vergüenza y el asco, casi es mejor decantarnos por la vergüenza y recordar con voz queda, que moleste poco a la prensa callada en su bien pagado rincón, el refrán de Lope: » Que bonita es la vergüenza que mucho vale y poco cuesta». Cuidemos nuestros intestinos antes de que nos retoquen el recto sentido de lo socialmente cabal, al menos durante estas Fiestas, donde es imposible huir de lo tan tan tan y fun fun fun. El niño que vive dentro de nosotros no entiende nada y dice palabrotas entre campana y campana mientras intenta quitar clavos al ataúd del optimismo, esperando un carbonoso regalo de Reyes.











