El inalienable derecho a la crispación se ha hecho dueño de nuestros instintos lectores. La prensa nos va radicalizando las meninges en horario de oficina y de sueño circadiano. La prensa tradicional se ha llenado de espantajos, y claudicamos a sus sañudos pespuntes de hojalata, zurcidos bajo el acre olor de la concupiscencia partidista estañada en los huesos ávidos ya de una cal viva que nos libere de esta porquería (Nos alcanza tan interiormente ¿?). Ya, todo es previsible, y nuestra capacidad de asombro se ha desintegrado entre bulos, mentiras y falacias. Remachamos su desahogo en la tóxica jungla de las redes para encontrar lo que presuntamente es acorde con nuestro pensamiento y nuestra maltrecha opinión. Pero lo verosímil no tiene ya espacio vital, porque lo han ocupado los mordiscos que los agitadores han defecado con saña de bombero incendiario en nuestras entendederas. Es triste hablar con la gente joven y descubrir lo poco que hemos hecho los mayores por alimentar su análisis crítico, y cómo lo sufren desde una ignorancia histórica que los resume en sí mismos, y “poco poco más” que los braceos sin flotador en un piélago de desinformación bulera, hipocondriaca más que hiperbólica y cutrecaspa. Todo lo que ladre y haga ruido en esta bulimia intoxicadora de los medios, que nos acecha perturbadoramente y nos confunde sin piedad, se resume en la cara más amable del lado oscuro que tiene pinta de “como si nada”, cuando todo suma y pesa al no tener ni un átomo de inocencia en esta desquiciada moda de la –posverdad-. Volamos inmersos en la era de las noticias falsas o fake news que comenzó con Goebbels, mano derecha de Adolf Hitler, con un argumento decisorio: “Hay que hacer creer al pueblo que el hambre, la sed, la escasez y las enfermedades son culpa de nuestros opositores y hacer que nuestros simpatizantes lo repitan en cada momento”. ¡Pues no entró en desuso! El tiempo no lo deterioró con sus implacables golpes de cambio, y sigue presente y da utilidad doméstica a esos que recomiendan pleitesía a San Emputecido. Este santo roñas es el endiablado patrono al que todo le parece mal y deambula por el aire encabronando y negativizando, adueñándose de las almas, empujándolas a su laberinto de perdición, donde no valen razonamientos lógicos y contrastados porque su moneda de cambio es el engaño y el embarullamiento hasta alcanzar el abismo. La palabra informativa que nos enseñaron en la rancia y tímida Universidad del franquismo, en sus enunciados deontológicos, pese a ella y a sus serviles profesores, era buscadora de coherencias entre lo que, enunciado, lo prometido, lo evocado y lo que se hace en la realidad con la emoción como convencimiento lógico entre los hechos y sus contextos. Ahora cualquier “influencer,” que de los libros de la escasa biblioteca de su pueblo le sobró la parte negra, y con cuya ignorancia se podrían escribir prolijos interminables tratados sobre la estupidez supina, alcanzan a nuestros jóvenes y los vapulean, los ensucian, los idiotizan y lo que es peor …llegan a hacerlos militantes de su imposible defensa. Tipejos tan infames como Wall Street Wolverine, Quiles, Alvise, Baselga, Negre, Gisbert .. y otra terrible larga y hedionda patulea se han hecho adalides virales de relatos diabólicos y tristes que ensucian retinas y corazones sin un miserable gramito de información veraz y contrastada, porque no lo necesitan en este “TODO VALE” que usan para lanzar peligrosas proclamas y falsas interpretaciones de la realidad que, curiosamente, tienen su caldo de cultivo más propicio en la muy vulnerable joven derecha, a la que incitan, con holgura de prostituta barata, a pasarse por la entrepierna los firmes pilares del Estado de Derecho que tanto nos han costado. Por eso, algunos bobos como yo, a lo peor para justificar nuestra inacción defendemos la radical radicalización que los años nos echa a las espaldas, y hacemos vehementes alegatos contra la estulticia en voz alta, crispados, sin cortarnos ni un pelo del escaso tupé que se agita en el aire cuando gritamos como Chaplin: “a fin de cuentas, todo es un chiste”. Un afligido chiste.