“…Cuando hablamos de la libertad del hombre, no hablamos sólo de aquella libertad particular y contingente que suelen otorgar las constituciones políticas sino también de aquella otra altísima, incondicional, universal, completa y absoluta que reposa en el escondido santuario de la conciencia humana; que está allí porque Dios la puso allí con su propia mano fuera del alcance de la tiranía, y lo que es más, fuera de su propio alcance…” (Donoso Cortés, Las reformas de Pío IX)
Durante su reciente visita a Trieste y en una nueva muestra de su audaz evangelización creativa posmoderna, Bergoglio ha declarado que existe una grave enfermedad que amenaza a la democracia: el “escepticismo democrático” que favorece el “populismo”.
Como el de libertad al que aludía Donoso Cortés, democracia es un término equívoco. Agustín García Calvo denunciaba su incoherencia por pretender ser el pueblo sujeto y objeto a la vez del Poder ejercido. Para los clásicos griegos era una forma dentro de la tipología de gobierno. Distinguían el sujeto del poder y lo que se pretende al ejercerlo.
En su Política Aristóteles nos explica que los sistemas políticos que existen o puedan existir pueden clasificarse conforme a dos criterios al menos. En atención a quienes sean los depositarios de la soberanía y quienes sean beneficiarios de su ejercicio. El primer criterio nos permite observar que puede ser uno, unos pocos o los muchos los que gobiernen. Cuestión que posee consecuencias más profundas pues al cabo tiene que ver con la riqueza en la sociedad: Pueden ser pocos (suelen ser los ricos) o muchos (suelen ser los pobres).
El segundo criterio tiene que ver con la finalidad del gobierno. Si se gobierna en beneficio propio del gobernante o de la comunidad. Los regímenes o sistemas políticos que obedecen a este última finalidad: gobernar para beneficiar a la comunidad son todos ellos justos. Y los anteriores, injustos. Si se combinan ambos criterios se puede hacer un cuadro con seis alternativas básicas. Tiranía, oligarquía y democracia. Monarquía, aristocracia y república o politeía.
Se deduce que la república o politeía aristotélica es lo opuesto a la tiranía. Un gobierno de los más dirigido al bien común. Se trataría de una democracia en la que los pobres gobiernan en beneficio no solo de ellos mismos sino de todos, absteniéndose por ejemplo de confiscar el patrimonio de los ricos. Hoy curiosamente la perversión de la democracia aparente por parte de la plutocracia real escondida hace que los pobres cada vez sean más pobres y los ricos, más ricos.
Aristóteles considera que “muy razonablemente es aborrecida la usura, porque en ella la ganancia procede del mismo dinero, y no de aquello para lo que éste se inventó”. En su Ética a Nicómaco critica a “los que se dedican a ocupaciones degradantes, como por ejemplo, la prostitución y otras semejantes, y los usureros que prestan cantidades pequeñas a un interés muy elevado. Todos estos toman de donde no deben y cantidades que no deben. Parece que es común a todos la codicia, pues soportan el descrédito por afán de ganancias, por pequeñas que sean. Pues a los que toman grandes riquezas de donde no deben, como los tiranos que saquean ciudades y despojan templos, no los llamamos avariciosos, sino más bien malvados, impíos e injustos. En cambio el jugador, el ladrón y el bandido están entre los avariciosos pues tienen un sórdido deseo de ganancias. En efecto, unos y otros se dedican a esos menesteres por afán de lucro y por él soportan el descrédito, unos exponiéndose a los mayores peligros a causa del botín, y otros sacando ganancia de los amigos a quienes deberían dar. Ambos obtienen ganancias por medios viles. Al sacarlas de donde no deben, y todas estas adquisiciones son modos ávidos de adquirir”.
Dentro ya de la tradición cristiana San Isidoro explicaba en sus Etimologías que “si la ley se funda en la razón será ley todo aquello que, fundado en la razón, sea conforme a la religión, conveniente a la disciplina y provechoso para la salvación”. Define al “derecho natural como el común a todos los pueblos y existe en todas partes, no por ley o constitución sino por instinto de la naturaleza…”
En los tratadistas españoles del siglo de Oro preocupó el ataque a la idea monárquica propio de la Biblia. En efecto, contra la Monarquía ya trataba de prevenirnos la misma Biblia: En el Antiguo Testamento nos explica que Yavé Dios se oponía en el I libro de Samuel a que su pueblo elegido nombrara un rey. Y, en efecto, a los israelitas el rey Saul les salió rana como era de esperar, porque por lo que se ve nadie ni tan siquiera el pretendido pueblo elegido es capaz de escarmentar en cabeza ajena, ni menos en esto de la pertinaz superstición de los reyes.
Para colmo de enredos, la democracia moderna defendida por Bergoglio, que no es la clásica de la tipología política de Aristóteles ni recoge su advertencia sobre el poder de los usureros, hace de la elección democrática no ya una forma entre otras posibles de designación de los gobernantes sino el criterio único de legitimidad que sitúa en el “pueblo”. De modo que “voluntad general”, real o impostada, se convierte en el fundamento único de la ley. Contra Tácito, contra Cervantes, contra san Pío X, contra la propia Tradición de la Iglesia de supeditación jerárquica de las leyes humanas a la Ley Moral, contra León XIII que distinguía entre que una cosa es la elección democrática de los gobernantes para ejercer el poder y otra diferente la propia entrega del poder como mandato. Se deduce de su sermón que el globalista Bergoglio postula una democracia con valor absoluto como un fin en sí misma. Que oculta su carácter totalitario anti evangélico porque nada estaría ya a salvo de legisladores sin escrúpulos, satánicos, traidores o miserables. Algo que está en contradicción con la Tradición de la Iglesia. Si el legislador promueve y aprueba o despenaliza la subversión golpista contra la Nación, o el terrorismo, o el aborto o el asesinato o la eugenesia o la pederastia, la impunidad de los delitos sexuales o contra la propiedad, ¿acaso se convierte en algo respetable porque se haya acordado o aprobado por mayorías? No, es la mentira que el sufragio universal nos impone con su principio de que el éxito numérico es criterio de verdad.
Esta capacidad devastación moral y social de la democracia absoluta la estamos padeciendo hoy dramáticamente en España, con la complicidad de Bergoglio y la mayoría de la Iglesia oficial. La realidad actual parece querer confirmar la profecía de Donoso Cortés que “yo no temo la democracia en las calles pero la temo en la ley, porque no la temo cuando combate, sino cuando vicia el espíritu de nuestras instituciones. Sus rugidos cuando suenan en el recinto porque la ley que convoca en él a los que lo lanzan, al revestirlos con su manto los santifica y los hace invulnerables…” Pero la contradicción es aún mayor: Bergoglio apoya el NOM y la agenda 2030, manifestaciones de la plutocracia que no de la democracia. El autócrata Bergoglio, monarca absoluto al que no le tiembla el pulso para reprimir a los disidentes que le incomodan, incoherentemente se declara partidario de la democracia que considera un “estar juntos” ¿también con el excomulgado sin contemplaciones monseñor Vigano?
Lejos de cualquier misión evangelizadora propia de lo que sería de esperar de su cargo, Bergoglio prosiguió con sus soluciones políticas vendo que para mí no tengo. La demagogia encanallada de siempre, el rollo ecologista, la acogida a los invasores… El tan predicado “estar juntos” ¿significa acaso que haya ordenado acoger a miles y miles de MENAS invasores en el palacio de la Nunciatura o en los diferentes episcopales, y residencias eclesiásticas? ¿O en los conventos vaciados objeto de especulación inmobiliaria? La demagogia antesala de la tiranía. Bergoglio puede serlo del fin de la tradición católica y occidental.