Es tan evidente el silencio de los que saben y callan, que su silencio es aún más atronador, delatando su inmundicia e indignidad. Lo que nunca podrán callar, serán las voces de quienes difunden la información que amagan, ni su propia conciencia para quienes la conserven, la cual les perseguirá por eones insidiosamente y a justo título, como un rumor que no cesa, delatora incesante, cual implacable verdugo de los propios verdugos. Esa es la justicia natural esencia de la conciencia humana, la justicia terrenal está por venir, ya sea con nuevos juicios de Nuremberg o con lo que el destino les tenga deparado.
Durante la segunda guerra mundial se produjeron atrocidades inadmisibles que constituyeron crímenes de estado. Crímenes que pretendieron ampararse en el derecho positivo plasmado en normas y disposiciones dictadas por las autoridades del momento, en decisiones médicas acatadas por los integrantes de la profesión médica y que contribuyeron en un ambiente dirigido por el miedo y la presión social a la de destrucción de la conciencia del colectivo sanitario y de las autoridades, y a la comisión de crímenes contra la humanidad. Negar el holocausto, de la que fueron responsables autoridades gubernativas y sanitarias, fue definido oficialmente como ser un negacionista, hoy se tergiversa dicho término para referirse a aquellos que afirmacionistas denuncian el nuevo holocausto versión 2020/2021.
La conciencia, esa capacidad personal íntima de discernir algo que es absoluta y universalmente dañino para el hombre, atraviesa épocas y culturas, cobrando actualmente mayor relevancia. Es imperativo obedecer la conciencia, ya que no es exigible la obediencia debida a normas y disposiciones contrarias al ordenamiento vulneradoras de derechos y deberes fundamentales, la cual no exime de responsabilidades ante la obediencia, ejecución de actos injustos. La mayor manifestación de la conciencia en el ámbito profesional es la objeción de conciencia, el cuál constituye un deber para consigo mismo y de cara a sus semejantes. Nadie puede ser obligado a actuar en contra de su conciencia, porque la conciencia del bien y del mal es lo más valioso que posee cada ser humano.
Así el artículo 32 Código de deontología médica reconoce expresamente la objeción de conciencia en los siguientes términos ;
«1.‐ Se entiende por objeción de conciencia la negativa del médico a someterse, por convicciones éticas, morales o religiosas, a una conducta que se le exige, ya sea jurídicamente, por mandato de la autoridad o por una resolución administrativa, de tal forma que realizarla violenta seriamente su conciencia.
2.‐ El reconocimiento de la objeción de conciencia del médico es un presupuesto imprescindible para garantizar la libertad e independencia de su ejercicio profesional. No es admisible una objeción de conciencia colectiva o institucional.»
La acumulación de actos contrarios a la conciencia y a los deberes según la declaración de Ginebra de «VELAR ante todo por la salud y el bienestar de mis pacientes;
RESPETAR la autonomía y la dignidad de mis pacientes;
VELAR con el máximo respeto por la vida humana;
EJERCER mi profesión con conciencia y dignidad, conforme a la buena práctica médica;
COMPARTIR mis conocimientos médicos en beneficio del paciente y del avance de la salud.
MANTENER el mayor respeto por la vida humana desde sus comienzos, aun bajo amenazas, y no utilizar los conocimientos médicos en contra de las leyes de la humanidad.«
es una manifestación clara de la instrumentalización y banalización del mal. En cambio la negación implica mantener la integridad de la conciencia.
Ningún médico o sanitario tiene la obligación y aún menos el derecho de someter a ningún ser humano a ningún experimento humano,( según el Código de Nuremberg de 1947, el Covenio de Oviedo de 1997 y otros), disponiéndose imperativamente según el código de deontología médica » Y NO DARÉ ninguna droga letal a nadie, aunque me la pidan, ni sugeriré un tal uso, y del mismo modo, tampoco a ninguna mujer daré pesario abortivo, sino que, a lo largo de mi vida, ejerceré mi arte pura y santamente.», siendo en mayor medida deplorable y sancionable en el caso de menores de edad.
La noción de la «banalidad del mal» fue desarrollada por la filósofa Hannah Arendt acerca del juicio de Adolf Eichmann, la cual acertadamente manifestó «que no hace falta ser un monstruo para participar de un crimen contra la humanidad; basta con ser una persona común, incluso mediocre, que obedece a una orden injusta.» Basta carecer de conciencia y humanidad para ser en silencio, un mediocre verdugo.
Gracias, gracias y mil gracias.
La verdad se abre camino poco a poco, erosionando el borde de la presa. Finalmente la estructura de contención se derrumbará y el torrente arrasará el cauce del viejo río, llevándose por delante los dogmas seudocientíficos y la propaganda mediática, quedando a la vista la desnuda realidad.
Un abrazo a todos los dudacionistas que no se quedan callados.