A los viejos se les castiga por no haber muerto prematuramente
Por Magdalena del Amo
Psicóloga y periodista
Los ideólogos del laicismo agresivo han ido ganando batallas en los últimos tiempos y han conseguido retirar a Dios definitivamente, no solo de colegios, universidades y parlamentos, sino de la mente de las personas. ¡Y así nos va!
¿Qué es Europa, sino un continente huérfano que se avergüenza de sus raíces cristianas, concepto eliminado del borrador de la Constitución comunitaria? Se le puede restar importancia e interpretarse como una simple anécdota, pero es un marcador importante de la transformación progresiva de una sociedad que, poco a poco, ha ido olvidando la primacía de los valores que nos ennoblecen. ¿Qué son sus instituciones, sino nidos de corrupción, donde unos cuantos vividores sin escrúpulos, que ni conocemos ni votamos, sirven de apoyo a quienes maquinan engaños y estrategias para continuar la guerra declarada contra la humanidad? Esto ocurre ante una la sociedad despistada y confusa que aún no se ha enterado de que lo de Ucrania es una broma si lo comparamos con la auténtica guerra contra el ser humano como especie. Sí, estamos en guerra; una guerra muy bien programada en tiempo y forma que se desarrolla en cinco frentes principales: físico, energético, emocional, mental y espiritual, coincidentes con las cinco dimensiones del ser humano, que en su conjunto constituyen una unidad de interrelación en la cual cada una afecta al resto. Entenderlo no resulta fácil, porque las diferentes piezas del puzle están desperdigadas sobre la mesa, sin un tutorial para irlas colocando. ¿Pero lo hemos intentado alguna vez?
Hace más de dos siglos que el filósofo y político Chateaubriand dirigía estas palabras a los ilustrados y simpatizantes con la nueva moral impuesta tras el corte de cabezas de la sangrienta revolución:
“Renunciando al cristianismo, no por ello vayáis a pensar que conservareis las nociones superiores de justicia, las ideas verdaderas sobre la naturaleza humana y los progresos de todo género que el cristianismo ha traído a la sociedad: su dogma es la garantía de su moral; esta moral no tardaría en verse asfixiada por las pasiones no gobernadas por el freno de la fe. Ahora bien, no se vuelven a encontrar las elevadas virtudes cristianas allí donde ha reinado y se ha extinguido el cristianismo”.
Podremos estar de acuerdo o no, pero estas palabras eran un toque de alarma, casi una profecía, a juzgar por este presente salvaje dominado por la barbarie, una barbarie sofisticada, solapada y aséptica que no se practica en las plazas públicas y se exhibe en las picotas, sino en respetables centros en los que la sociedad confía plenamente, a través de instituciones que, aparentemente, nos cuidan y guardan.
La cuarta dosis es la gran protagonista del otoño, y con ella sus efectos adversos de vómitos, diarreas y malestar general, aparte de otros daños menos visibles a las inmediatas, pero más graves, que ni los propios fabricantes ocultan ya. Pero el miedo inhibe la razón, y la sociedad se ha convencido de que si hay que morir, mejor estar vacunado, máxime si el papa dice que es un marchamo para entrar en el cielo.
Los viejos vuelven a ser el objetivo y hay protestas porque en las residencias los están inoculando sin su consentimiento o el de sus familiares. ¡Ay, pobres mayores de cuerpos cansados y enfermos, desmemoriados, ojos vidriosos y voz y manos temblorosas! ¿Qué hacen ahí en esas residencias, sino castigados por no haber muerto prematuramente? ¿Qué hace tu hijo o tu abuela en un moridero? ¡Seamos valientes y llamemos a las cosas por su nombre! ¿No están allí esperando la muerte, con el único consuelo de ver abrirse la puerta del amplio salón colectivo y contemplar la cara de alguno de sus hijos o nietos? Un par de horas con el viejo y ya hemos cumplido con nuestra obligación semanal. Así aplacamos nuestra conciencia. No es de extrañar que algunos opten por pedir la eutanasia y poner fin al sufrimiento del abandono, que podía ser evitado si no fuésemos tan egoístas.
No cabe duda que el Estado del bienestar ha traído avances, pero ha alelado a la sociedad y la ha hecho esclava y dependiente. El relativismo moral nos ha vuelto débiles en virtudes y en valores éticos y espirituales. El Estado del bienestar nos ha robado la generosidad y la empatía; nos ha hecho egoístas, utilitaristas y frívolos, con poca o ninguna capacidad de sacrificio. Solo nos interesamos por aquello que nos divierte o nos aporta algún beneficio y comodidad.
¿Por qué enviar a nuestros mayores a residencias si, por el mismo precio, podemos tener un cuidador en casa? Esta pregunta que muchos se hacen tiene una respuesta desoladora. La razón no es económica. Es por no pasar el trabajo de asearlos, alimentarlos y, sobre todo, para no verles la cara. No tenemos paciencia para escuchar sus repetidas historias y nos ponen nerviosos cuando no aciertan con la palabra adecuada porque les falla la memoria o tiran el vaso de agua en el mantel por su torpeza. En definitiva, no soportamos su estética decadente, en un mundo ficticio que se publicita: lleno de luz, movimiento, música, color y juventud.
No es mi intención herir a nadie, sino hacer reflexionar sobre esta vergüenza que nos denigra como sociedad. El clásico cuento del plato y la cuchara de madera que el niño esculpía para que sus padres, aún jóvenes, comieran en el rincón apartado donde habían ubicado al abuelo por todos los inconvenientes descritos, deberíamos tenerlo presente. A todos, inexorablemente, se nos va a llenar la cara de arrugas; los músculos y los huesos perderán vigor y nos convertiremos en “trastos” que hay que llevar al trastero o arrojar a la basura directamente. Hay que cambiar la dinámica destructiva que se ha ido imponiendo. Hay que recuperar la conciencia, la sensibilidad y el discernimiento. Hay que revertir la situación y poner freno a este mundo deshumanizado. Hay que desandar el camino andado. Hay que recuperar los valores. Y, para ello, el primer paso es sacar a Dios del cuarto oscuro, donde lleva mucho tiempo encerrado.
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gcomunicacion@laregladeoroediciones.com
…Èsta Magdalena tiene un cacao mental preocupante…Toda esa retórica que emplea para Dividir a la Sociedad en Creyentes (!?) (de un «Dios» escondido en el armario) y Libres, es la típica enseñanza misionera que, históricamente, se ha empleado por los colonizadores…
para «remover» el Pensamiento Libre de la gentenn