Sí. -Feliz aquél- que de poco en poco se cree todo lo que los medios nos arrojan desde la alcantarilla, y aquél que no los escucha, y aquél que se deja llevar en este rio de banalidad que nos inunda sigilosamente y, ya puestos, aquél que de perfil pasa y pasa sin mojarse. Ningún gobernante, nunca, ha hecho caso a Quinto Horacio Flaco solo porque la gobernanza parece que a la historia la tuvo siempre reñida con la poesía. Cómo ponernos la camiseta de la felicidad es el gran paradigma de nuestra época, aunque sean discutibles sus colores, sus hechuras e incluso su hilatura. La forma de ser feliz es un enigma sin resolver y un reto que nadie aborda con parámetros bien educados. «La felicidad de tu vida depende de la calidad de tus pensamientos» nos legó Marco Aurelio. Su obra magna “Las Meditaciones” comienzan con una evocación familiar: su abuelo paterno, su padre, su madre y su bisabuelo materno. Nada más allá. ¡¡Familiar!! Y otra brújula de oro: “Aunque debieras vivir tres mil años y otras tantas veces diez mil, no obstante, recuerda que nadie pierde otra vida que la que vive, ni vive otra que la que pierde”. Así, las cosas que nos ocupan vienen desde Méjico a darnos una chapa que ni entendemos ni nos incumbe ni les importa un bledo pese a lo Cortés que ni quita lo valiente ni nos hace cobardes. Solo turra pesadita. ¿A cuento de qué viene esa reclamación de algo que ocurrió más allá de los 500 años y que es tan importante como moneda de cambio política? ¿Quieren una petición de perdón para ser más felices? ¿Seremos más felices nosotros en calidad de perdonados? Yo, por mi parte, les pido perdón, a – pinches gritos – para ser escuchado y oído, aunque mis ancestros no salieron de las montañas leonesas, y tengo claro que las familias de los suyos son con seguridad los que banduburrearon, asnaron y jamelguearon por esas maravillosas fraternales tierras donde se escanciaba la sangre a chorros entre vecinos-hermanos. La misma sangre que mezclada cinco siglos con nuestro histórico pedigrí “español y muy español” riega por aspersión incontrolada sus calles con las barbaridades del crimen organizado, de las mafias, del narcotráfico armado de los carteles, de la corrupción institucionalizada, de las infames desigualdades sociales… de la infelicidad a raudales. La felicidad, que para muchos filósofos constituye el fin último del ser humano, está más encajada en las formas de conducir la vida que en las metas donde llegar, y ni Méjico ni España ni este convulso mundo enlodado en guerras es capaz de transformar complacientemente en el angustioso momento que soportamos. Personalmente me importa menos que nada que el Jefe del Estado y Señora, que el Presidente o que los ministros se acerquen al DF a tomarse unos tequilas a la salud de la mandataria mejicana más votada de la historia anahuacense, Claudia Sheinbaum (“apellido patronímico derivado de la palabra yiddish ‘shein’, que significa ‘hermoso’ y la palabra alemana ‘baum’, que significa ‘árbol’), a la que, pese a su ineducado desplante lejos familiarmente de lo “azteca azteca”, deseamos las buenas gentes ojiplaticas todo lo mejor para la solvente felicidad de su pueblo. Añado, desde el asombro y una relativa indignación, que nos la pela a ese mismo grupo social bondadoso que quiera hacerse una foto michelada entre jalapeños y mujeres asesinadas a cascoporro esa Montero pizpiretamente tocapelotas. Estas cositas puñeterillas de protocolo diplomáticamente enfermo son a la felicidad como las moscas a la mierda: revoloteos que no cambian la sustancia de lo esencial: el tufo asqueroso a barullo mediático de baja intensidad con tintes pegajosos, casposos y desproporcionados para el momento político internacional. Y dicho esto, otoñalmente … ¡A ser felices cabrones!