Una siniestra asociación sordo-religiosa y un gabinete del brazo tontorrón de la ley han denunciado a TVE y a “la la la” Lalachos de las Campanadas de Nochevieja por enseñar una tarjetita con una vaquilla y un corazón. Acusan estos tipejos a esta divertidora “lala-chota” de «un delito contra los sentimientos religiosos». Seguro que son hirsutos sujetos que cenaron con agua y bridaron con vinagre, tras dar reposo al cilicio junto al móvil en modo avión. Seguro. Si ese corazón, que no se sabe si es de vaca o de lechuga antivegana en atómica explosión, hubiera estado sobrepuesto a Sanchez, a Feijoo, a Abascal, a la IDA o al mismísimo Otegui, ¿les habría endulzado las malas uvas que se gastan? (La verdad es que un brillante artificial bombeador de sangre construido en titanio, -por modernizar la metáfora visual-, como imagen para sobreimpresionar junto a una vaquita de naif dibujete astado, no tiene ni puta gracia por intencionalidad rara que le busques). En Perú, hace tiempo, descubrí un plato que me encanta y denominan anticucho: corazón picante de res en brochetas. Un plato como para que nuestras relaciones internacionales con ese pais se rompan por el malvado sacrilegio que practican quechuas, urarinas y korubos al zamparse cocinado ese solemnemente venerado músculo auricular hueco. De paso, podríamos censurar tambien la canción burlesca aquella que recuerdan los de mi edad y que vacila en grueso con un “corazón de melón, melón, melón, corazón”, haciendo melódica chanza cucurbitácea de algo tan sagrado, según Hazte Oír y Abogados cristianos. Y ya puestos, a esta sístole y diástole de estupidez jurídica que ha de visitar detenidamente el bobalicón comic cornamentado, modelo y modo Gran Prix, para decidir con entusiasmos legales de hielo o de acero sobre su mensaje, viene muy a cuento recordar el poema de Hernández:
Me sobra corazón.
Hoy descorazonarme.
yo el más corazonado de los hombres,
y por el más, también el más amargo.
No sé por qué, no sé por qué ni cómo
me perdono la vida cada día.
La “víscera visceral no eviscerada”, que se acelera imperdonable en el pecho de estos carpetovetónicos especímenes cavernarios, es tan ridícula como superflua, y sus intenciones carcúndica se ceban ridículamente con la imagen de un órgano que habría de impeler más alimentos para el alma desde la risa que desde el odio. Por eso y con todo lo que sabemos, y porque “las razones del corazón no las entiende la razón”, tengo a bien recomendar, encarecidamente, a esa patulea berreante, a pleno pulmón de elevado tonoque, que, cuando les piquen las rancias ingles por cualquier básica visión chistosa, no se hagan líos ni intenten hacérnoslos. Por mucho que les pese “la razón”, el gran Perich ya dió en el clavo sobre el tema cuando los obispos represores franquistas mandaban tanto como los ministros: “La religión sirve para ayudarnos y consolarnos ante unos problemas que no tendríamos si no existiese la religión”.