Entre embroncarse y motorizarse sobrevive la duda del interés mata-ratos de la televisión. Entretiene el joven descarado y gamberrete, y saca petróleo sin refinar de lo catódico el pelirrojo bajito que quiere ser graciosillo siempre a costa de alguien. ¿Es cualquiera de esos dos azucarados pastelazos de -radio retratada- lo que ha llegado a ser el cuadradito invasor de nuestras moradas? Ese ojo-ventana con el que nos muestran otro mundo, que nos es cada vez más lejano a nuestra pálida vida cotidiana y más diferente de nuestras pulsiones del mirar, que tan poco tienen que ver con las de ver. Y hablan y hablan y hablan… y les vemos estupendos, porque no tenemos que pensar nada, nos lo sirven digerido, estrujadito, licuado y sobre todo sosito como para una insabora dieta de zombis. Esta es, sin duda, la gran batalla a muerte de las cadenas generalistas y, el asombro ante sus gestas guerreras es calderilla pura y dura. ¡Pero cómo hemos caído tan alto por todo lo bajo! Nuestras desilusiones con ese moribundo medio, que, pese a él, se sigue llamando televisión, son las de aquél que se escocía gritando frente al bocadillo de calamares congelados para la cena: o es ese medio lo que me queda grande o he sido yo el que se quedó pequeño. Probablemente las dos cosas. Hay varios libros en el estante sin abrir, a los que no tendríamos que permitir ser poseídos por las telarañas. «Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven».
nos contó Saramago en su Ensayo sobre la ceguera. ¿Qué tipo de sociedad tenemos que soportar si nuestro espíritu crítico ha de decantarse por cualquiera de estas dos ofertas de entretenimiento que han generado un artículo tan torpederopetardista como este, que no se atreve a decidir si esa lucha por las audiencias es sana, es insana, o simplemente está dirigida con premeditación y alevosía para medir nuestra estupidez visual o para sofronizar nuestros asuetos nocturnos en un ostracismo social tan facilón como cutrillo. Ray Charles, Stevie Wonder, Joaquín Rodrigo, Tete Montoliu o José Feliciano nos inundaron talentosamente de maravillas , a pesar de su problema ocular y las dificultades que les aportaban lo oscuro. ¡Hay que ver! Estos embroncados en “amoto” surcando este pesado firmamento de titilantes estrellitas caseras , llenos de luz, desbordantemente brillantes y manejando el foco, nos aburren divirtiéndose ellos. Se ríen mucho. Se ríen en exceso*. A lo peor la vida , el conocimiento y la cultura son una risa floja que algunos ni empezamos ni acabamos de comprar. Y creo que ya es hora de preguntarnos si estos charlatanes incorregibles de aguda palabra con invitados resultones nos están reventando el descanso y la posibilidad de leer y lo que es aún peor…la necesidad de imaginar. Nos mantienen en horario nocturno soportando el “modo avión” sin capacidad de comunicación. Fritos. Secos. Desvanecidos. Manipuladitos.Ojipláticos. Entre lo tronchano y lo motorata no queda ni un senderito para pasar el cable de la pantalla de las ilusiones con las audiencias.
*»Puede uno sonreír y sonreír…y ser un canalla.» William Shakespeare
Totalmente de acuerdo