El sonido más grave de los instrumentos conocidos es el que produce el octabajo, y tendrá que llorar sin consuelo, de la cabeza al entorchado de su arco, hasta afligir el barniz en las maderas torneadas de su tabla de armonía, recordando a Lubna Alyaan. Sus tres cuerdas emitiendo inconsolables – por frotación- sonidos una octava más grave que el contrabajo, se resignarán de agobiado luto en la Gaza invadida . La música fúnebre, que atraviesa las escalas del corazón de cualquier relato por acerado que se presente, con el violín y sus cuatro cuerdas afinadas en intervalos de 5ª justa, acompañará un hondo silencio ausente, que recorrerá los valles polvorientos de los semitas de este siglo feroz e injusto. El hermoso y prometedor futuro de las manos de una virtuosa niña de 14 años se ha convertido en tragedia para nuestros sentidos y ni siquiera el gigante y conmovedor instrumental octabajo puede expresar el dolor que nos embarga con su pérdida. En Nuseirat, ella y toda su familia fueron aniquilados. Los borraron de la partitura del universo de un bombazo sin alma sobre un pentagrama mal escrito y mal interpretado. Hacernos los sordos ante este crimen nos hace más miserables y menguados con todo aquello que seamos capaces de escuchar a partir de este fracaso de paz. Alguien con autoridad tendría que proponer juntar todos los octabajos del mundo en un solo y lastimero acorde que conmemorara cómo se apagó una estrella a la que no han dejado tener sueños a la altura de sus sueños.