Hace mucho que no coincidía con el Boinas. Me lo encontré ayer muy encendido en la barra del Bar-Baria, dando una chapa que versaba sobre los políticos actuales, manteniendo un discurso que sostenía, a voz en grito, que estos actuales son como los pollos capones, engordados para la fiesta de la democracia, pero insulsos en su guiso de pepitoria por muy especiados que se sientan. Argüía que la naturaleza de cualquier tipo, desprovista de su capacidad hormonal por castración, es desabrida, condescendiente con la infamia y demasiado poco picajosa con la mano que les chorrea el sustento. La parroquia, muy atenta, asentía entre caña y caña con solo unas olivas de aperitivo. Entonces aparecieron las patatas bravas recién hechas con su sabrosa salsita y la cosa pasó a mayores. Un desdentado calvo, desconocido por la peña habitual, terció para llevarle la contraria -medio a medias-, largándose apasionado un discurso del cómo los romanos criaban las pulardas sin esterilizarlas, gallinas en edad de poner hacer nidada a las que encerraban en salas oscuras para que no sintieran el paso del tiempo y consecuentemente no pusieran huevos. Los que les salían de matute se los comían a picotazos feroces para suplementar la aburrida dieta vegetariana a la que eran sometidas. Como pasaban mucho tiempo durmiendo, sus músculos poco ejercitados eran flácidos y muy sabrosos en guiso corto. La pularda, según este razonamiento del calvoroto, era, por tanto, un mejor símil para estos tipos que sestean con avaricia a la espera de que su jefe de filas les diga el botón que tienen que pulsar para perpetuarse en el sillonazo. Todo quedaba, para estas -fechas tan señaladas- de zampas y pitanzas desmedidas, muy apropiado, precediendo a esos dulces que sabían no llegarían de regalándia con solo tres raciones escasitas. Y de pronto, el fragor certero “Afuega’l pitu” de Tolo, (el dueño por el cual todos decimos que quedamos en el BarTOLO), el camarero asturiano, que trae muy bien sus dichos con buena y mala leche, vino a ilustrarnos cómo en su tierra montañosa el “Basiliscu” nace de un huevo puesto por un gallo viejo y luego es incubado por un sapo. Y retorciendo sus razonamientos, “ahogando el pollo”, nos clavó la afinidad del bicho repugnantillo con los presidentes de los partidos del universo en general, y “quédose mas a gustu qu’un parrotal”. En una esquina, otro advenedizo con corbata azul, como de rondón, quiso clavar el “extragraso” siniestro del fuá de pato en estas metafóricas y simbólicas procacidades, pero tuvo poco éxito. Coligó Tolo, por la fealdad de su palabrerío, que sería -un tapado sin tapa- de VOX. La concurrencia ya se había arrimado al chateo con vino tinto, y el Boinas, muy hábil, soltó una perla de su refranero que apaciguó el corrillo: “Por San Antón, se acabó el turrón». El doce de enero, pasadas las fiestas, se homenajea eclesiásticamente al patrón de los animales San Antonio. Habrá que postrarle a todos estos pollos y gallinas para que una bendición del cielo los vuelva más normales y digeribles en su salsa sosona”. Y fueron desgranando nombres de los elegidos del Congreso para ese asperges con hisopadas bendiciones, tragos y tragos …y mordiscazos. Una larguísima lista bien remunerada y sin patatas fritas de paquete del Mercadona para empujar. No faltó ni uno al que no se le despeluciara el plumón molar con agua bendita en esa retahíla de “cacaretización cacareante”. Siguieron en esos -másmenos- hasta que disolvieron la asamblea “de corral” en una desbandada a escote, y pensé, para mis adentros anestesiados con el vermut, que, a los capones, a las pulardas y a los basiliscos les faltan esas plumas de la dignidad representativa que intervienen en el prodigio de volar en libertad a un cielo en la tierra socialmente transitable. El 20 de enero, una semanita larga después de San Antón, con la llegada de Trump a la presidencia se alborotan todos los gallineros del mundo con el desparramo de aranceles que ha prometido el de la cresta rubia en el pegajoso estribillo de su cancioncita de “gallina turuleta”, interpretada al “trappunky” intercontinental. Invité encantadísimo las consumiciones del Boinas, al que considero un agitador solvente y sin maldad. Me obligó a otra ronda de arrancadera para remacharme su descontento con los próceres de la patria y del -mundo mundial-, subido arriba muy arriba su inconformismo profesional, y no tuve más remedio que darle la razón de plano por asentimiento para que me dejara marchar sin llegar a lo ebríaco, sin llegar a Putin, sin llegar a Macron, sin llegar a Scholz, sin llegar a Xi Jinping, sin llegar a Netanyahu… sin llegar a tomar el camino de casa abrumado y en neblinas…pero sin decir “NI PIO”.