Mis dos motos ya han pasado legalmente en la Dirección General de Tráfico a la categoría de históricas, y creo que con ellas ya he superado largamente el concepto que tenía de mí mismo como veterano. Lo histórico, haceos cargo, contiene en sí mismo el sumario innegable del origen y de la formación de un objeto dado: lo lógico. Lo histórico es sin duda un desarrollo que ha de alcanzar por caída libre plena madurez y forma clásica (Así lo quiso entender Engels, el viajero apresurado). Lo histórico y lo lógico se encuentran en una simple unidad dialéctica, que es donde naufragamos los humanos. Y ahora, que puedo mirar de cerca ese lugar inmenso donde se hunden los mares de la vida, me pregunto si las ideas y los convencimientos sirven para algo más que para sostener en pie esos desastrosos principios que nos arrojan sin piedad a una tormenta final, donde la lluvia se escurra en nuestros ojos sin humedecer nuestras opiniones. Sí. Ahora, con los años a cuestas, somos más enteramente libres. Mis dos motos, ya históricas, heredadas de un amigo, me recuerdan todo lo que he rodado por la piel del planeta y lo poco que el viento me ha cambiado de rumbo. Volar bajito en ciclomotor es un detalle que ensancha el alma y la hace poseedora de una inmortalidad personal claramente liberadora en sus equilibrios. El riesgo de la velocidad con poco sustento hace que la levedad se convierta en una aventura como disciplina donde dejar pudrirse atrás los miedos y los peores momentos que la puta vida te pueda deparar. Te hace rodar sobre los inconvenientes, trazando curvas de peralte difícil, con la seguridad en tí mismo que te mantiene en equilibrio físico y mental frente a las leyes de la física, que insidiosamente tiran de ti hacia el suelo. La moto es más que un don técnico, es un milagro que acompaña tu pasar, sentado en un musical ruido de afinados pistones, cuyo principal peligro son siempre “los otros” que transitan ajenos a tu afán de infinitos. Un placer entre las piernas solo superado por otro placer genético fundamental en algunos casos. (¿Es necesario recordar que el placer es directamente proporcional al riesgo?) Estas mis últimas dos motos históricas, que ya han pasado los cien mil kilómetros y que me acompañaron cruzando América y ruteando España, son esa parte de mí, que con solo cinco velocidades vitales me han escoltado momentos tan esenciales, hermosos e irrepetibles; sensaciones tan prodigiosas y situaciones tan inefables que cuando – mi ya artrítica muñeca- no controle el acelerador ni el freno ellas salvarán del ahogo las jodidas melancolías, porque son imborrables etapas esenciales de esa memoria que va tomando nieblas. Lo histórico y lo lógico tienen su sitio bajo ese casco integral que se gastan los recuerdos cuando no es preciso utilizarlos. Y, aunque con menor gas, seguiremos en la carretera “la chupa y yo controlando a tope” con las aguerridas ilusiones sobre el bien domado caballo de hierro que nos deja disfrutar de ser seres humanos bajo un cielo cada vez mas cercano.