Hay gentes que no tienen vida desde un suceso traumático que irrumpió en su remansado día a día, y otros que no recuerdan si en algún momento la tuvieron. Algunos, los menos, olvidaron la que tuvieron y se inventaron momentos que no sucedieron más que en su pobre imaginación, y se construyeron una existencia feliz a su medida. Pero sólo aquellos que supieron almacenar convenientemente sus fracasos, en los sótanos prohibidos a la melancolía, tienen un futuro que pueda ser envidiable. Son privilegiados seres que se protegen con éxito de sí mismos. Admirables estrategas de lo cotidiano que, por lo general, no distinguen entre el bien y el mal. En eso se distinguen de los que padecemos el sobresalto de las horas en la espera de una licencia honrosa para con nuestras convicciones, que tantos dolores de cabeza nos deparan. Esta aporía que da fin a unos escritos, que no sé si llegaré a publicar un año de estos, le viene al pelo a los muñidores de la amnistía y a sus detractores. La amnistía, realmente, a la inmensa mayoría de los españoles se la trae al pairo, pero los medios de uno y otro signo se empeñan en hacer surcos en el viento para que nuestro barco emocional navegue a su deriva. A la gente corriente le interesa la subida salarial que siempre es escasa, la sanidad que le tarda en atender, el paro que se cierne sobre algunos familiares, el trabajo digno, la educación gratuita de los hijos, el cuidado honroso de los mayores, el poder hacerse un partido de futbol o colarse en algún concierto algún mes que otro;el que no le manoseen las escasas libertades que consiguieron sus mayores desde la transición, el hacer unas merecidas vacaciones en paz una vez al año aunque sean cortitas, y el poder comprar en el super sin tener que dejar algún producto en la caja porque no alcanza el dinero de bolsillo para pagar la cesta. Que unos cretinos negocien en nombre de unas urnas ilegales, que un gilipollas pelocho, que se da la gran vida en Waterloo, vuelva o no vuelva a tocar cataplines de malas maneras a España, o que a los que henchidos de un falso espíritu nacionalero les ahorren el ser juzgados, se la resuda al ciudadano de a pie más que el sobaco de Nadal en sus 15 años de record en tierra batida. Son los burros partidos, los burros periolistos, los burros ideologetas, los burros chamarileros del pensamiento y la opinión quienes, a base de tabarras, de taburros y de aburridos coñazos teóricos bien engrasados, con los que se ganan los garbanzos o las gambas de Garrocha, crean un impostado estado de ansiedad, de confrontación y de polarización, que solos los muy muy muy tontos de baba y capirote asumen en su discurso de barra de bareto de barrio obrero. Allí, donde se juntan los votantes de las diferentes opciones, (a veces muy secretas), no se discute de la calidad de la tapa ni de la calidad del Rioja cosechero de la casa. Se polemiza del Barça, del Madrid, del Atleti o del colista de honor. Y en ese ágora alcohólico no vale meter a Sanchez ni a Feijoo ni a las autonomías. Se discute, -más bien nada que poco-, de las medidas beneficiosas para la gente que estos coloradillos han traido a las casas, de cómo el Centro de Salud cada día rula peor por culpa de la jodida Comunidad, de cómo la concertada se lleva una pasta gansa y cada día se observa una peor educación, de que faltan más policías de proximidad, de que “el zorreo” se ha puesto de moda, de que llevar al chavalerio a un concierto de su grupo vale una leña inasumible tras dos meses de fijeza discontinua, de que el teatro y los toros se ponen imposibles y de que incluso darse una fiestita del IMSERSO es un “chorropasta”.
¡Que no nos vengan con cuentos de amnistías, de premonitorias elecciones gallegas, de líos del Consejo General del Poder Judicial! Ni de zarandajas embarulladoras para mentes inocentes. Que no nos toquen tanto los huevecillos con sus burras falsas peleas, y que trabajen en las fórmulas para darnos una vida mejor que la vida burra que gastamos, porque merecemos un respeto, aunque solo fuera por justificar la pasta que se llevan por administrarnos. Es obsceno que un puñeterito burrito diputado de bajo escalafón se lleve calentitos y limpitos a casa sus tres, cuatro o cinco mil euracos y levante la mano a órdenes de su pollino jefe para decir no o sí a la subida de 50 euros que hubo de hacerse por decreto.
Hay gentes que no tienen vida desde un suceso traumático que irrumpió en su remansado día a día y otros que no recuerdan si en algún momento la tuvieron. Gentes con la conciencia más negra que el sobaco de Pepito Grillo. “Son privilegiados seres que se protegen con éxito de sí mismos”. Un día, mi amigo el Boinas me soltó en uno de sus alardes: un burro que hace falso trote de caballo, cada vez que tropieza rebuzna. Pues eso. Ojo con los burros y escuchemos sus tropiezos y procuremos desasnarnos.