Las inmundas buenas intenciones de nuestros políticos enturbian nuestro día a día como el café a la leche del desayuno. El café, torrefacto o descafeinado, arábica o robusta, es necesario para no sentirnos terneros, me dijo un día un camarero leonés. Desde entonces, siempre que veo leche veo sobreimpresionados en mis pupilas y en mis papilas cuernos y boñigas digestivas. Con los políticos me pasa lo mismo. Escucharles en sus comparecencias y empatizar sin arcadas con su desfachatez es un insano ejercicio cotidiano de deglución asistida, que nos ayuda a no atragantarnos con las ruedas de molino que nos pretenden hacen comulgar, y que nos raja la garganta para iniciar nuestro dolor antes de sañudamente perforarnos el estómago de las ideas y de las convicciones, para en su final victorioso reventarnos el intestino y modular nuestras cagaditas haciéndolas de su color. Duele mucho defecar las mentiras que nos han atravesado y cuesta mucho también cicatrizar su paso atribulado por nuestro interior. Ayer escuché de un calvoroto, portavoz de un partido, una interpretación tan burda sobre los hechos probados con cifras irrefutables al alta del gobierno, que me provocó acidez péptica en su intento doloso de apremiada digestión personal del infundio, para largarlo con cara de truño en WC de hotel cinco estrellas recién higienizado. Venía a contarnos el sujeto, desde su geta de rata astuta, que todos necesitábamos una programática colonoscopia informativo-curativa de esas que se hacen ahora con sedación total y se aprovecha el envite para extirparte quirúrgicamente unos cuantos divertículos y las inevitables pequeñas, pero molestas ulceraciones de colon a las que van abrazados sus argumentarios. Asegura taimadamente que te beneficiará, sin duda y que te dejará el ojete como el chochito de una monja carmelitense-carmelitensa-caramelitintina. Y nos lo espeta sin vergüenza, sin cortarse ni un pelo porque tiene entrenado el discurso, y sin pasión visible porque no lo ha somatizado a conciencia. Pico y pala. Pico y pala. Pico y pala. De ahí a que si compras la opción bruta y tramposa de su torticerío te llenen de carne por la retaguardia hay un muy corto trecho. No soy rencoroso con ellos por sus mentiras, lo soy porque me agotan sus falsas verdades y la profundidad colonicolítica de su lógica estafadora. ¡Ya estás advertido, aunque en tu mesilla de las medicinas mantengas, de puro vacilón, una cajita de laxantes y otra de astringentes!.