La madera viva nos mejora la salud física y mental. Nos aporta un derroche de beneficios tener plantas en nuestros espacios vitales además de ofrecernos un liberador contacto directo con la naturaleza. Es sabido, que las plantas pueden aprender, pueden recordar, comunicarse, pueden calcular riesgos y que, incluso, toman sutiles decisiones guerreras bien meditadas. Cinco cualidades que nuestros políticos de turno tienen arrumbadas en -el cajón de los mañanas- sin agua ni luz. Las plantas tienen una inteligencia secreta dice Natalie Lawrence, una señora que sabe de lo verde más que cualquier rumiante, y que sería interesante pudiera dar tratamiento nutriente a estos floreros silentes que adornan los asientos de las Cortes y el Senado, que lejos de pretender ser “Planta sapiens” son repollos croadores plantados como fotocopias colgantes de sus ya hiperclonados líderes. Repollos casi verdes con sentimiento heliotrópico del sol que más les calienta. Un diseño biofílico tristemente otoñal y fuera de temporada ha colonizado las instituciones, convirtiendo a estos sujetos -legitimados en urna de cristal- en leños batrácicos pesados, que solo sirven para la combustión lenta de unas ideas agotadas por la paciencia y el desencanto. La sensibilidad de las plantas es tan acusada que la hermosura que resta del mundo está teñida del verdor de su alma. (Un alma que se va extinguiendo porque somos capaces de romper el curso de los ríos, cambiar las orillas de lugar y confundir las lluvias de estación). Ya es primavera y los pimpollos brotan por doquier en los jardines públicos que nos dejan pasear a regañadientes. Esperamos la frondosidad sin ese -élan vital- que nos haría humanamente dispuestos a lo mejor cuando escuchamos a esta patulea pelearse, poniéndose más verde que lo que la función clorofílica política es capaz de resistir sin agostarse o congelarse. Jardineros podadores como el bocachanclas Tellado, como el eruptoso Abascal o como el avinagrado Oscar Puente dan rotos y lutos permanentes a los parterres, y llenan el ambiente de un aroma irrespirable. Estos sujetos que confunden el abono con la mierda en estado puro nos alejan del disfrute y el solaz que merecemos tras el trabajo de llevarlos con sus tiestos de flores de papel a las instituciones, y pagarles el agua en la que depositan dañina sal y crueles picantes de tasca baratita. Somos un país menos florecido de lo que desearíamos, -pudiera ser que a nuestro pesar “canela en rama”-, donde se ha institucionalizado el insulto grueso, los bochornos matadores, los fangos estériles y los sucios barros envenados de meadas fuera de tiesto. Estos tipos de motoazadas in pectore sin estrenar y podadora eléctrica de corte mellado saben que su sillón es madera yerta, trabajada, lijada hasta el brillo sin barnices, pero que antinaturalmente son solo un vaho del recuerdo de flores que sus árboles tuvieron cuando las trabajadoras raíces los sostenían en pie. ¡Vaya palo! Pronto, tres electoralistas espinosas batallas florales nos gratificarán con las astillas de los nuevos incendios provocados antes de que cualquier semilla pueda germinar. La esperanza entonces… ¿seguirá siendo verde? ¿Por qué tendré la sensación del agua del ajo y de la resina? (Aguantarse, a joderse y a resignarse ¿?).