3 y 4 PIENSO ANIMAL. APORISMOS DEL TRES AL CUARTO

Alegrías del velatorio doméstico

Con el cerebro seco alcanzado por la vejez, achicharrado por la jodida jornada de trabajo esclavo, deja que cubra la noche el salón con la luz del bombillo. Alegrías moribundas apagadas en el espanto. Cada día un fracaso compasivo con la crisis de streaming que sufre su película. No hay fechas para sanar las heridas que no cura el tiempo, porque saben los relojes que la salud no es contagiosa y que la realidad es insoportable para cualquier calendario. Camisas de once varas sin planchar donde se bordó con hilo rojo que “no vivir es tan imperdonable como matar”. La posteridad, a la postre, siempre fue complaciente con quienes murieron cuando les llegó su hora, y golpeó sin piedad a los que retrasaron su partida. Y la luz del bombillo era escasamente amarilla en lo tenue. Parecería que descansaban sus fatigas en el senescente bombillo, para desesperación de las moscas que consiguen no achicharrarse en el intento de dar vacación a su aleteo.

 

Los otros son personas

El desprecio es la peor morada de los fundamentos del ser humano. Cuando alguien escribe su relato con esa mala ortografía del repudio lo hace sabiendo que nadie es capaz de olvidar el menosprecio. Quien es capaz de repulsar intensamente, seguro posee un alma desordenada y, por ello, dudará siempre de tener ese tipo de amigos verdaderos que te llaman idiota a la cara y a la espalda, con toda la razón. Es seguro que aprendemos a ser nosotros mismos a través de los rechazos y los afectos de los demás. Es muy cierto que la ira pasa y el odio permanece, cuando asomados al volcán esperamos vanamente una explosión de amor o cuando hacemos brotar una estampida de optimismo a favor de cualquier político, aunque se llame “Ricerdo”. “Nada es más despreciable que el respeto basado en el miedo” es una acertada frase de Albert Camus, que se bordan en oro los dictadores en la trasera de los calzoncillos.

 

 

 

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