Por Alfonso de la Vega
Ingeniero agrónomo, analista político y escritor
La verdad es que no sé qué resulta hoy más asombroso, si el grado de degeneración de Occidente bajo el hipócrita imperio judío anglosajón, capaz incluso de poner en peligro la supervivencia de la humanidad, o la estulticia de buena parte de sus narcotizadas sociedades, empezando por la española que no se entera o no quiere enterarse de nada.
Las satanizadas élites occidentales actuales parece que se quieren llevar todo por delante si no pueden evitar su ocaso y caída del Walhalla. Tras el abochornante ridículo de Afganistán y el emergente mundo multipolar con la probable caída del sistema monetario basado en el dólar no pueden tolerar ahora su fracaso en la guerra programada para destrozar y saquear Rusia. Un viejo objetivo imperialista desde al menos los tiempos del Gran Juego. Y para lograrlo, de no salirse con la suya parece ser que están dispuestas a arrasar el planeta. Veamos, por ejemplo:
1. Las presiones imperiales obligan a Alemania y demás colonias europeas a mandar carros de combate al corrupto régimen golpista nazi de Kiev.
2. Un gran jefazo militar de la OTAN acaba de declarar que hay que prepararse para una economía de guerra.
3. La OMS ya está dando instrucciones para la inminente guerra nuclear que la OTAN va a provocar si la gente común no lo remedia.
Pero resulta asombroso lo que ocurre en las colonias, como la española, que al parecer o están en Babia, ajenas a lo que sus dirigentes les preparan, o se muestran orgullosas de ser sacrificadas en el matadero globalitario.
La situación política española actual no deja de presentar algunas paradójicas analogías con la Italia de entreguerras durante la etapa de Mussolini. Cabría pensar que existe una teórica o simbólica diarquía, como forma de poder de la monarquía española actual. Con dos centros de poder, el de Mussolini y el del rey Víctor Manuel III. Aquí con otro partido socialista protogolpista como el fascista italiano resultante de la escisión del socialista marxista convencional. Con un déspota populista, cesarista y con evidente culto a la personalidad, aunque no luzca vistoso uniforme con yelmo emplumado, pues las plumas las luce aparte. Y con cierto trasfondo democrático aunque tramposo en origen y ejercicio.
Tanto don Víctor Manuel III como don Felipe son reyes muy débiles ambos. La debilidad del actual no sería tanto por la ficción jurídica de la irresponsabilidad real, ficciones propias de las monarquías parlamentarias derivadas de las absolutas, sino más bien por mantener una conducta imbel lamentable por perniciosa, tanto para los legítimos intereses de nuestra Patria como incluso para los suyos propios. A ello ayudan ciertas leyes inicuas o la propaganda socialista que lo vincula al franquismo. Como si el corrupto socialismo actual no fuera una mercenaria creación ex nihilo y no hubiera contado con el favor de los servicios secretos de un franquismo crepuscular por indicativo categórico de los USA.
Partido es un término de parte. Malo que los socialistas como buenos globalitarios, supeditados al amo plutocrático, sirvan intereses parciales del imperio y antinacionales. Pero peor resulta que quien se pretende y dice nada menos que símbolo de la unidad y permanencia de la Patria se sume de modo tan coyuntural, contingente, frívolo o irresponsable al presente sarao belicista. Y además contra la tradición española de neutralidad.
En los totalitarismos anteriores se hablaba del pathos de la distancia al pueblo. Es decir, el jefe es alguien de otra naturaleza y superior, frente a lo posmoderno actual en el que el pathos que se cultiva es el de la impostada proximidad, el falsario es uno de los nuestros. “Fijaos que juega a la petanca o monta en bici junto con la impostada clá ditirambo alabanciosa puesta en el cromo para hacer bulto”; algo parecido al de la propia monarquía campechana actual en la que el titular de la corona es tan llano que incluso se casa con una vulgar plebeya abortista y divorciada.
Aunque no lo parezca, el papel constitucional de Su Majestad como Jefe del Estado es el de arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones; no el de presumir de parte, pues se supone que ha de mantener la autoridad y dignidad permanentes que se corresponde por nada menos que la representación de la nación en este momento histórico tan decisivo. Mostrarse como entusiasta parte de títere colonizado con corona vicaria no ayuda a evitar la suerte de un Víctor Manuel. En el caso español, hasta el aciago día del referendo tramposo tras un raro golpe de Estado, la tradición venía siendo de neutralidad que tanto la protegiera de guerras mundiales y abusos imperialistas.
A juzgar por lo que hasta ahora estamos viendo, ojalá Su Majestad mantuviese una posición más prudente y lúcida. Don Felipe ocupa el puesto de Jefe del Estado y es la más alta personalidad por jerarquía, que no por entendimiento y autoridad, de la nación española. Pues lo que dice en sus sermones estupefacientes, más propios de parte que de la tal soberanía nacional y con el bonito pin de la agenda 2030 en la solapa, es como para echarse a temblar.
Con ocasión de la ciertamente inoportuna reunión de la OTAN, celebrada en Madrid en pleno conflicto ucraniano, Su entusiasta y lamentable servilismo para con el decrépito emperador del que ha hecho ostentación en competencia con el falsario, me temo que pone en peligro la seguridad nacional. El Imperio se lo agradece realizando maniobras militares intimidatorias a pachas con el enemigo declarado en el Sahara deshonrosamente entregado antes por Su gobierno. Todo ello en medio del estruendoso silencio cómplice de las restantes instituciones borbónicas.
Su discurso con motivo de la Pascua Militar ante Su gobierno y una nutrida representación de militares no ha podido resultar más imprudente en las actuales circunstancias. Y, además de desafortunado, peligroso. También demostraría importantes carencias geoestratégicas, si no un peligroso desconocimiento de lo que ocurre. Al cabo, el uniforme de unos y otros no debiera ser un adorno vistoso para celebrar ciertos actos sino un elemento distintivo de honor para que el funcionario se identifique con algo superior a una mera forma de ganarse la vida; lo que aún es más grave en el caso de la seguridad nacional.
Intereses creadosajenos e inconfesables hacen enconar un conflicto que siempre se debiera haber evitado. Los hoy dominantes en la ciudad alegre y confiada nos llevan al desastre aunque Dios quiera que no nuclear definitivo.
¡Ojalá la Providencia nos proteja de nuestras propias instituciones!