Antonio Fernández San Román cumplió el día 2 del pasado mes de junio 100 años, redondos, un siglo. La pandemia no le ha dejado celebrarlo como a él le gustaría, con todos los vecinos del pueblo donde vive y la familia a su alrededor. Hubo una fiesta menor, pero no menos emocionante, donde estuvo con sus tres hijos, seis nietos y un biznieto, además de un puñado de amigos.
Antonio ha vivido buena parte de su vida en Rabanillo de Sanabria, en Zamora, pero ha viajado mucho comprando y vendiendo de todo: piedras de molino, camiones, terrenos, vacas, ovejas… Tuvo buen ojo para los negocios y para calar a la gente.
Ahora vive a ratos en una residencia y a ratos con sus hijos, pero en su casa, en Rabanillo, a él las ciudades le dan ruido.
Sus nietos, un buen día de verano, se sentaron con él a charlar de otros tiempos, los suyos. Y esto es lo que les fue contando…
Nieta.- ¿Pero usted cuándo nació? ¿En qué año?
AF.- Nací en 1920.

Nieta.- ¿En Rabanillo de Sanabria?
AF.- No, de aquí era la mujer.
Nietos.- Nació en Castellanos.
AF.- Mi padre era de San Juan de la Cuesta y mi madre era de Castellanos. Mi abuelo, el de Castellanos, era un hombre muy listo. Mi padre quería ir vivir a Benavente o a Verín, un sitio de esos, pero mi abuelo tenía dos hijas y dos hijos y las hijas estaban ya fuera, así que para que mi madre se quedara allí con ellos mi abuelo le dio el pajar, que es un sitio estupendo para hacer una casa.
(Entrevista en vídeo)
Nieta.- ¿Dónde fue al colegio?
JF.- Al pueblo de Trefacio fui dos años, dos inviernos.
Nieta.- Pues para ser solo dos años, aprendió mucho.
JF.- Me ha valido (risas).
Nieta.- ¿Cuándo empezó a trabajar?
JF.- A los 13 años. Desde los 13 a los 18 que me fui a la guerra. Íbamos todas las semanas a Benavente (90 km por carretera) con las vacas, arreando, las llevábamos andando. Llevábamos cantidad de vacas. Las que no se vendían en Benavente las facturábamos a Sevilla o a Madrid. Eso lo hacíamos el jueves y veníamos a comer a casa, y el viernes por la mañana en el coche de línea a Verín.
Nieta.- ¿Iba usted solo?
JF.- Iban dos o tres criados conmigo.
Nieto.- ¿Las vacas dónde las comprabais?
JF.- En Galicia. Yo estuve dos veranos en Galicia sin venir a casa, comprando y vendiendo ovejas y cabras.
Nieto.- ¿Y le gustaba eso?
JF.- Sí, me gustaba, compré muchas. Y en Verín, que es un valle muy bonito, en todos los pueblos de la zona había ovejas, y en la montaña, cabras. Por las noches yo marchaba a la montaña en bicicleta y dormía allí. Luego las cabras las compraba por la mañana.
Nieto.- ¿Recuerda el desastre del pantano del lago que se llevó el pueblo de Ribadalego por delante?

JF.- Sí, el pantano que hicieron para coger corriente se vino abajo y se ahogó una cantidad enorme de personas. Desde entonces el lago cogió nombre en todos los sitios.
Los recuerdos le brotan fácil, aunque algo confusos, al menos los personales. A él lo que le gusta es hablar de sus negocios y de su filosofía de vida, pero los nietos querían saber qué le había pasado en la guerra y en la postguerra, terribles tiempos de infortunio… Poco les pudo decir Antonio, sin embargo, pues estuvo solo un mes cerca del frente.
Nieto.- ¿Y cuándo se acabó la guerra?
AF.- La guerra se acabó, yo ya estaba allí cuando se tomó Barcelona. Nada más estaba sin tomar Cataluña y en un mes se terminó.
Nieta.- ¿Pasó usted miedo en la guerra?
AF.- La guerra es la guerra, yo no estaba en el frente mismo, en el frente estaba porque se montaba un edificio aquí y mañana aquí y aquí, y yo estaba en montar una residencia para los heridos, para irlos trayendo para allí, pero no estaba en el mismo frente, solo cerca. Duró un mes y al mes terminó. Yo estaba con una empresa italiana y quedaron aquí 3 meses, y cuando se marcharon desapareció todo eso. Así es la vida y así ha sido. Hay gente que ha hecho más cosas que yo y otros menos, hay de todo. Yo no he sido inteligente en nada, uno de tantos y nada más, del montón (risas).

Nieto.- ¿Qué es lo que más le gusta? ¿Qué es lo que más ha hecho?
AF.- Comprar y vender.
Nieta.- Hay que ser listo para eso.
AF.- Bueno (risas). Ahora no puedo buscar nada porque ahora no hay negocios para nada. Los negocios son la mejor cosa que hay, mejor que una carrera, porque en las carreras tienen pagas más limitadas. Un negocio, si se da bien, pues puedes ganar… depende. Pero era entonces, ahora los negocios están arruinados. Ahora lo que hay que tener es una colocación fija y nada más. Las cosas cada día valen menos y si valen menos, pues no interesa comprarlas. Hace lo menos 10 años que empezó a decaer todo. Yo desde hace años no he comprado nada.
Nieta.- Y ahora con el coronavirus menos.
AF.- Cualquiera sabe, ahora no hay quien sepa lo que valen. Hubo una época de progreso, de mucho progreso y cualquier cosa que compraras hoy mañana valía más. Eso era mejor que una carrera.
Nieta.- Pero había que saber comprar y vender.
AF.- Hombre, claro. Mira, cuando tu hermana fue para Madrid (le dice a una hija), uno que estaba en Madrid en el negocio de los taxis era del pueblo de Santa Colomba, era hermano de mi abuela, gente muy rica que provenía de San Juan de la Cuesta, pues cogió a tu hermana y le dijo: no vayas para Madrid, vente conmigo, te doy un puesto en Madrid estupendo y empiezas a ganar dinero desde el primer día. Y en una carrera te pasas 4 o 5 años sin ganar nada. Cogió y marchó a Madrid y a los pocos días vino para casa y me dijo que ella no quería trabajar para nadie, que quería poner un estanco en Valladolid y nunca había estado en Valladolid jajaja. Yo lo conocía bastante. Fuimos a Valladolid, cogimos eso y se lo dieron y le ha ido muy bien. O sea, que los negocios si dan dinero, pueden dar más que una carrera. Al final no ganas más ni menos, pero tienes el sueldo. Es más fijo.
Nieto.- Se trabaja más, también.
AF.- Hombre, claro que se trabaja más. Depende de lo que le guste a cada uno.
Nieto.- Pero usted lo que nunca ha tenido es nadie que le dijera…
AF.- Ah no, no he dependido nunca de nadie. Nunca he tenido jefe ni jefa.
Nieto.- La abuela, si acaso.
AF:- Sí, señor. Ha habido cosas que se me han dado bien, otras peor…
(Entrevista en vídeo)
Hasta aquí nuestro pequeño homenaje a un hombre ante el que hay que quitarse el sombrero porque, está bien decirlo, es amable, discreto, sencillo, familiar y buena persona. Un hombre de ley, que diría él. Un hombre que hasta hace poco, con 96 y 97 años, subía a los árboles a coger manzanas, conducía su coche por la carreteras sanabresas, estaba pendiente de sus boletines oficiales por si había algún terreno, algún inmueble que comprar y que, ahora, paseo abajo y paseo arriba, camina tranquilo hacia los 101.
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