Ese plato tan quijotero trafulleado por la perestroika culinaria es el espejo donde la política española refleja sus muchos disgustos gastronómicos. Porque ya, además de indigesto, es intratable y disfruta irritando nuestro colon más allá de las cagaditas que nos procura. El famoso Chocolate de la Mancha a base de torreznos y huevos de los que dicen procede ese plato socorrido de Duelos y Quebrantos, tanto para gañanes como para ilustres hambrientos, fue el principio del fin de una dieta que se ha hecho empacho. Todos le ponen demasiados huevos y poco aceite y, es sabido, lo de los huevos a discreción no lleva a ningún arte ni parte. Es que romper huevos para hacer un simple revuelto no se le da bien a todo el mundo, y tampoco a casi nadie satisface el paladar por poco exigente que este sea. La IDAyuso, por ejemplo, los echa a sofreír sin clara, y su yema está tan deslavazada como su incongruencia verborreica que junta etas, otas y hamases con un inarticulado provocador discurso que rompe las tragaderas: “Tú mata, que yo te daré una comunidad autónoma. Tú mata, que yo te daré un Estado”, o la de Oscar Puente que echa a la sartén exabruptos salpimentados de estos sospechosos ingredientes fuera de receta que nada aportan al guiso: “no sé en qué estado, si previa o después de la ingesta de qué sustancias”. Asi la cosa, un crispado refrito de chorizos revenidos ilumina al goloso Collado que de la casquería y la chacina quiere hacer una habilidad “fusión” para adornar el revuelto con pedacitos de lisiado ovejo machorro. Las tajaditas de tocino de buen cuidado cerdo para hacer más resbalosa la ingesta pasan por linotipia y toman sabor a química ensopada de faltosas letras, que se dejan querer muy malamente incluso para estómagos modelo hormigonera de carretera comarcal donde se desayuna con Hartatunos (Pijanos) en cucurucho. (¡Qué daño hicieron en nuestros gustos callejeros los foráneos fish and chips y las hamburguesas precocinadas!) Cuantos tenedores para tan poca chicha se nos avecinaron en una zampa donde todo parece Olla podrida, “Tojunto”, Atascaburras, o lo que es peor que todo lo anterior… -el hambre como virtud- que proponía Don Quijote: “La mejor salsa del mundo es el hambre; y como esta no falta a los pobres, siempre comen con gusto.” Merecemos, los ciudadanos que aportamos sudor a cascoporro y pecunio a preñez de pistola al cinto, mesa y mantel de hilo con mejores componendas más intestinalizables y alimenticias. Merecemos baturrillos dulces, escabeches de perdiz, andrajos y mojetes, zanguangos, cochifritos y cachuela. Todos esos platillos olvidados y otros que no nos despachan porque les faltan ganas de cocinar, y andan sin talantes de ofrecernos buen vivir y mejor pasar. Tampoco estarían mal algunos postrecillos que alegraran nuestros hastíos de pitanza avinagrada: rollitos ilustrados, canutos, pestiños de cura, perrunillas, mantecados y borrachos. Cervantes nos ofreció un tratado gastronómico para que quienes hemos votado se comporten en la cocina no como matarifes de afilado cuchillo sino como químicos gastronómicos en la búsqueda de nuestros mejores gustos. Y si alguno no se encuentra cómodo con el mandil blanco de los fogones: “¡con su pan se lo coma!”, que de sus “duelos y quebrantos” estamos peor que hartos.