Vivimos en un país malhumorado en el corazón y desgañitado en el insulto. Es como si estuviéramos pasando malamente una adolescencia de espinillas infectas y de nocturnas poluciones sin placer. Un país obsesionado por perdonarse a sí mismo las duras acusaciones que se pliegan en los digitales, que ya no pueden envolver bocadillos, y que si pudieran se echarían en los brazos del táper del Wallapop. Estamos colgados del sucio tendedero al rebozo de una historia cotidiana, que empieza a no ser nuestra, bajo las garras de los políticos que usan el zarpazo como estrategia de secado y el rugido como reclamo de unas verdades en exceso sospechosas de ser planchadas. Entre el escándalo y la frustración, chapoteando en el piélago de sus exagerados atropellos, somos la locomotora de Europa, y así lo atestiguan nuestra economía y los periódicos europeos más influyentes que, veraces o voraces, dan fe de ello. Pero no somos felices ni nos conformamos con ese privilegio volátil que consolidan las cifras esas que nos espejan ante la mejor tasa de paro de los últimos 15 años, y lo contemplamos sin ninguna alegría, como se miraría un exótico pájaro disecado. Tengo un amigo que dice que España se queja como si tuviera los huevos en carne viva intentando curarse con sal y vinagre. Tiene mucha razón para traer a cuento, por los pelos, la salmuera que necesitamos “a camión” para sanar heridas. Somos quejicosos de natural, a fuerza de padecer engaños y decepciones. Más que memo…muy «bobo sapiens», el ciudadano actual, tiene un diagnostico demoledor para sí mismo y para su entorno. ¿Nos hemos o nos han hecho adictos al desapego ciudadano y a su bien cementada coherencia necesaria? Lo cainita, lo retorcidamente deshonesto y el alejamiento de los políticos de la problemática real de los “ciudadanos currelas” nos aleja a patadas del futuro, y se presenta como inapelable de facto: -estamos en sus peligrosas manos tramposas-. De las tres dimensiones de la ciudadanía: “la civil, la política y la social”, la primera, que es la dimensión donde nos movemos como caracol derrapante, tiene tres etapas de derecho que son: “la postulatoria, la probatoria y la decisoria”. Sirven las tres en cualquier caso para que nuestras confusiones tomen cuerpo y fallezcan rendidas en el cuerpo a cuerpo con la realidad, que no es otra que el desistimiento cuando no el desprecio. Asi nos damos a sobrevivir entre información manipulada, desasosiego y capaduras. Con el alma rota y fría seguiremos en este concierto sin partitura, donde unas cuantas batutas simultaneas nos marcarán el ritmo de una interpretación sin arte ni parte en lo que celebramos socialmente como democracia. Y por eso estamos malhumorados y encabronaditos, porque sabemos que nada es lo que parece, y menos cuando se trata de construir “reticentemente desde lo penal” un refugio al amparo de causas perdidas. Judicializando nuestros sentimientos sociales nos han dejado fuera de juego. En manos de unos jueces envenenados por el día a día, en este momento de la jugada en tierra de nadie, les importamos menos que una puta mierda. Somos ya desafectos invertebrados en nuestro patrio tanatorio olímpico, tan bien ingeniado para solaz y descanso de las desilusiones sin esqueleto.