por Pascual Uceda Piqueras
Filólogo, especialista en Cervantes y escritor
Aunque el título de este artículo podría atribuirse a cualquier ciudadano despierto –negacionista, en el argot covidiota— y, en tal caso, alertado de las oscuras intenciones que se ocultan tras la apariencia de un conflicto bélico convencional, sin embargo, y para nuestra sorpresa, la frase fue pronunciada por el presidente Zelenski el pasado martes, coincidiendo con la visita relámpago del presidente de EE.UU., Joe Biden.
La frase, aunque traducida casi como de pasada por el locutor de turno, encierra toda una declaración de intenciones, en el sentido de que, de forma abierta y descarada, uno de los actores protagonistas de esta serie bélica por entregas nos dice que el objetivo de la misma no es otro que servir al (Nuevo) Orden Mundial.
Y, hete aquí, que esa finalidad globalista, proclamada a los cuatro vientos cual “¡Santiago y cierra España!”, al objeto de sumar voluntades y sacrificios para la causa, no tendría más sentido, a poco que uno se aparte de su tono grandilocuente, que justificar la muerte de nuestros congéneres (la pasada, la presente y la futura) en aras de un engañoso e ilusorio ¿destino superior?
Da la impresión de que el profeta Zelenski, en el papel de hierofante dionisíaco, haya querido trasladar el Armagedón bíblico desde el norte de Israel (Megido) hasta el suelo de Ucrania. En fin, toda una película digna de ser premiada por las academias de titiriteros más prestigiosas del orbe cinematográfico.
Se me ocurre, con relación a la magnífica interpretación que realiza en su papel de presidente de Ucrania en esta farsa de tintes apocalípticos, que el gran Volodímir, comediante de segunda (émulo de aquel Hitler pintor fracasado), podría estar en condiciones de disputarle el premio BAFTA a la película Sin novedad en el frente, cuyos horrores son descritos con similar escrúpulo en el pergeño de un mensaje de proporciones igualmente globalistas.
Películas aparte, sorprende la actitud descarada con la que las élites que dirigen a los comediantes en cartel expresan sus aviesas intenciones. Da la impresión de que piensan que nos tienen completamente entregados y que, como en las guerras convencionales cuando se ha tomado una colina al asalto, ahora se dedican a “explotar el éxito”; es decir, a perseguir a los huidos y pasar a bayoneta a los acurrucados supervivientes que, haciéndose pasar por muertos, tratan de esquivar a la parca haciendo gala de una cobardía poco afecta a la evolución del género humano.
Se hace necesario, ahora más que nunca, saltar de la trinchera antes de que la fría hoja nos despierte de golpe de ese sueño inducido al que nos tienen conectados. Porque el mensaje que nos quieren transmitir debería ser suficiente para abrir los ojos ante la fatal acometida: la guerra de Ucrania es un hito de primer grado –a la altura de las kakunas covid— para el desarrollo y consecución de los objetivos previstos en la satánica agenda 2030.
Basar el desarrollo de una guerra, con todos los horrores imaginables que conlleva el exterminio de nuestros congéneres, en una idea de consecución de ese siniestro Orden Mundial, sitúa a quienes nos dirigen en un contexto extrahumano, en cuanto a que asumen el papel de depredador sobre los de su propia especie. Por otro lado, las personas del común que, por acción o dejación, comulguen con el engaño, acabarán siendo carne de cañón o, con suerte, esclavos azombilados al servicio de las élites.
El Orden Mundial que aventura el gran Zelenski no es otra cosa que un Caos Saturnal: un futuro distópico donde la maldad y las personas mediocres someten y se ensañan con las gentes de bien.