Llevamos un mesecito en el que no ganamos para sustos con la política nacional. La heroica jura de bandera de la niña, remedo tragicómico del famoso “Mambrú se fue a la guerra”, sin la presencia, vetada por su nuera, del rey emérito que gracias al denostado general Franco fue el reintroductor de la dinastía cuyo oneroso momio disfrutan hoy con gran satisfacción y lucro sus descendientes. Luego, el desfile con el populacho astutamente retranqueado para que no moleste el sufrido bienestar de los próceres disfrazados de fieros Martes lacayos del Imperio. A esto sigue el espectáculo de la entrega de los oportunistas premios de la heredera, otra ocasión para endiñar contundentes sermones y lucir modelitos, mañas y maneras.
Y ahora, ¡el no va más! Otra vez nos reencontramos con nuestro pasado más tenebroso y ridículo.
¿Truco o trato?
Protegida por un despliegue bélico espectacular, gran bombo y boato, cohetes y alharacas, la tierna niña Leonor acaba de ingresar en el cada vez más nutrido club de los perjuros, en el que no parece que haya un Malthus para aplicar filantrópica eugenesia. Como su heroico o esforzado papá, que sobre eso hay división de opiniones. O su abuelo jurando solemne en presencia de su benefactor el general Franco los Principios fundamentales del Movimiento y demás Leyes fundamentales del Reino.
O el leal, honrado y benéfico excelentísimo señor presidente del gobierno de Su Majestad que jura y perjura y re que te perjura lo que le echen a mayor gloria suya. «Constitución, sí; constitución, no. Amnistía sí, amnistía, no. Independencia, sí; independencia, no». “Me despeloto hasta quedar en cueros o me visto cual folclórica de la famosa transición, pero soy tan púdica que solo si así lo exige el guion”.
Los bandoleros se permiten redactar el código penal a su propio gusto y beneficio. Su Majestad lo firma todo con su bonita letra caligráfica entrenada en la universidad gringa de Georgetown.
Ciertos jueces y magistrados hacen la vista gorda, inutilizan procesos judiciales para mayor impunidad de poderosos o cooperan con la mohatra borbónica.
Todos ellos ponen lo mejor de sí mismos, de su propia minerva y sobre todo, su estratégica posición institucional en el presente proceso golpista de destrucción de España y la libertad.
Sí, sí, todo de lo más de coherente y satisfactorio como el más ingenuo o desprevenido puede contrastar.
Representa una vergüenza para su pusilánime y acobardado hijo que el rey abuelo y padrino de la juramentada haya sido vetado para tan alta ocasión y sea repudiado y tratado como un apestado por su propia familia. También su madre, la reina doña Sofía y madrina de Leonor, ha sido apartada del solemne acto. En su persecución al rey emérito incluso se le prohíbe pernoctar en Palacio. Una cosa como shakesperiana, propia del rey Lear. Si tanta insufrible repugnancia le da, el imbel debiera renunciar a su contaminada herencia, es decir al Trono que ahora ocupa gracias a su denostado padre y a su malvadísimo protector, el Caudillo. Cobardía e ingratitud: Una ley no escrita de la dinastía por la que cada Borbón traiciona a su predecesor. Es de suponer que la niña Leonor se mantendrá fiel a la tradición, si es que hubiera oportunidad en tan incierto futuro.
A veces, dentro de lo trágico, la cosa resulta desternillante como cuando Su Majestad actual endiña alguno de sus paradójicos sermones estupefacientes sobre el heroico cumplimiento del deber al servicio de la Patria y todo eso. O cuando no menos encumbrados corruptos caciques taifales utilizan su poder delegado para humillar o destruir a quienes se los han dado para una feliz gobernación. O cuando el propio gobierno de Su Majestad además de en golpistas prófugos, confesos e irredentos se apoya en formaciones de filo terroristas dudosamente arrepentidos.
O cuando el renegado corazonista fray Gabilondo en su nuevo hábito de audaz Defensor del Pueblo muy serio y solemne entrega a la empoderada feminista madame balear de las pobres chicas prostituidas por instituciones a su cargo, un compendio de las supuestas hazañas de abusos LGTBI de los malvados curas españoles. La loba feroz cuidando a las indefensas ovejas.
¡Qué hermosos tiempos aquellos en los que Prim, Topete o Serrano subastaban la Corona de España!
Malo es el esperpéntico teatrillo monipodio de traidores, perjuros y felones, pero el espectáculo de los recalcitrantes monárquicos que aún quedan pese a tanta felonía, corrupción y cobardía, resulta ya en verdad alucinante. Tanta dulzura, tanto almíbar por su parte no augura nada bueno para su salud y la de sus sufridos lectores. La perniciosa diabetes borbónica acecha. No hay más que recordar al pobre traicionado Primo de Rivera. Claro que poco después tendría que salir huyendo cobardemente el propio Alfonso XIII.
Ya no es solo que la monarquía represente la apoteosis del nepotismo, una superstición, un insulto a la hipócritamente proclamada igualdad ante la ley, es preciso considerar también el problema más pragmático del desempeño. Ciertos recalcitrantes siguen la linde aunque ya se haya acabado. Partidarios de la histórica santa alianza entre el Trono y el Altar no se dan cuenta de lo que hacen y a quién sirven sus actuales agentes, Bergoglio o don Felipe. Si fanático e insensible a la realidad resulta gran parte del rojerío, lo de los ditirambo alabanciosos borbónicos carece de todo sentido porque ni siquiera les sería de aplicación a su particular traición a España el sentimiento de envidia, de resentimiento social, de ignorancia culposa, tan explotado y rentabilizado por el satanizado socialismo ágrafo. Menos mal para la dignidad del tan poco respetado público que en sus comentarios a los textos los participantes suelen bajar de la burra a la cortesanía pelotillera de impostores.
El fanatismo no conoce ideologías ni paisajes. Pero mientras próceres enmucetados se entretienen intramuros del fantástico reino encantado de rubias princesas con sus manejos, chanchullos, sermones, líos y truhanerías o cohechando, empobreciendo y humillando a la nación, por desgracia extramuros cada vez resulta más inhóspito y peligroso.
Y en el mundo del nuevo milenio cualquier cosa puede pasar además de lo que ya está ocurriendo.