Lo cuenta en el libro “Historias de Aravaca” Maite Cimarras que, sus padres, al regresar de Toledo, donde pasaron la guerra porque tenían allí familia, no pudieron entrar en su casa, heredada desde los tiempos de su tatarabuelo, porque la había okupado un capitán del ejército y había montado en ella un prostíbulo. Al margen de la anécdota, en ese mismo edificio, situado en la calle Osa Mayor, está aún ubicado el bar “Los Moscas”, que se abrió al público en los años 40. “O sea, la casa era puerta, ventana, ventana, puerta, en la fachada, y una era de mi abuelo Victoriano y otra de mi tío Ángel – añade Maite Cimarras -, pero luego se quedó mi abuelo con todo y es cuando en ese mismo edificio abrió el bar. Una parte la dedicaron al bar y en la otra vivían».
MM.- ¿Ha cambiado mucho…? ¿Cómo es ahora?
MC.- La estética y la distribución han cambiado poco, pero la decoración sí lo ha hecho. Antes era el clásico mostrador con los grifos de la cerveza… En el libro “Historias de Aravaca” hay una foto. Había una encimera de mármol blanco con una uralita de color granate y los suelos, que ahora se llaman hidráulicos, eran de dibujitos, así era el bar cuando yo era pequeña. Antes tenía un solo aseo, que era el típico agujero, pero mi madre cogió un poco de espacio en un patio que había detrás e hizo otro aseo para que hubiese uno de hombres y otro de mujeres. Mi padre puso con el tiempo un mostrador más moderno, pero la distribución y el ambiente aún siguen igual.
MM.- ¿Quién atendía el bar?
MC.- Mi padre. Mi abuelo tenía tres hijos varones: mi tío Ángel, capataz de obras; mi tío Victoriano, el favorito de mi abuela y el que fue educado para trabajar en un banco, sabía taquigrafía, mecanografía, contabilidad…; y mi padre, al que mis abuelos dejaron el bar.
MM.- ¿A qué se jugaba en el bar?
MC.- Al mus y al dominó. Había partidas interminables, estaban toda la tarde jugando. Se hacía un corrillo alrededor de la mesa donde jugaban y ahí estaban…
MM.- ¿Se metía usted dentro de la barra del bar para atender al público?
MC.- Ah, sí, me metía mucho en la barra.
MM.- ¿Eras empleada, te pagaban?
MC.- No, si yo era una cría. A lo mejor mi padre estaba jugando una partida y me decía: “Maite, ponle algo a fulanito”, que acababa de entrar. Luego, ya de mayor, le echaba una manita en el bar porque me gustaba. Cocía marisco. Me decía: “Maite, están las gambas a punto, sácamelas” o “Le queda un minuto a las nécoras, en cuanto estén, las sacas”.
En el bar de mis padres hacían comidas. Mi madre guisaba muy bien, hacía callos, almejas a la marinera, mejillones con picadillo por arriba, vendían marisco. Trabajaron mucho con eso porque en todos estos años en las pescaderías no se vendía marisco, si lo querías tenías que ir a un bar o a un cocedero. En Navidades mi padre estaba días cociendo marisco.
MM.- ¿Había mucha visita ilustre?
MC.- Paco Camino, Oriol, el que era dueño de Iberdrola, este venía a que mi abuela le hiciera un par de huevos fritos porque le sabían a gloria; artistas y toreros han venido muchos. Hasta la pedida de mano de un hijo de Oriol se hizo aquí, en “Los Moscas”, tengo hasta la invitación anunciando la pedida. Además, cuando terminaban las carreras de caballos, a mediodía, la gente del hipódromo que vivía en Aravaca venía a “Los Moscas” a tomarse el aperitivo. El bar estaba petado, no, lo siguiente. Mi padre no daba abasto.
MM.- ¿Qué otros bares había en Aravaca? ¿Hay alguno de su época que aún exista?
MC.- No. Estaba la Flor de Aravaca, que estaba donde ahora está la Agencia de Viajes de El Corte Inglés. Era un bar precioso, muy elegante, con techos muy altos y el mostrador de madera con la encimera de mármol blanco que llevaba un hombre que se llamaba Félix. También estaba el bar Madrid, que fue posterior. Pero el más antiguo es “Los Moscas”, y el único que ha sobrevivido. Aunque lo más normal es que “Los Moscas” desaparezca también porque mi hermano Luis no quiere seguir con el bar, pero todo es un proyecto, ya veremos.
MM.- Y la pregunta que todo el mundo seguro que se hará: ¿por qué se llama «Los Moscas»?
MC.- Hay que decir, primero, que es un apodo y que por eso es «Los Moscas» y no las moscas. El nombre tiene que ver con mi tío Victoriano, que era muy presumido y se mosqueaba en cuanto le hacían alguna broma, así que le empezaron a llamar «el mosca». Aquí, en Aravaca, casi todos tenemos un apodo, a nosotros nos cayó el de «los moscas». Tuvimos hasta un equipo de fútbol que se llamaba así y que tenía bordada una mosca a la camiseta.