Hay que abandonar el rebaño: los perros trabajan para el pastor, y este para el dueño de la granja
De la noche a la mañana, la sociedad quedó paralizada por el miedo, sin capacidad de reacción. Solo cabía la obediencia, tal como estaba previsto en el gran plan. Así, los ciudadanos adoptaron la posición fetal y se convirtieron en sumisos corderitos inertes, confinados en casa, aplaudiendo a las siete de la tarde, escuchando los partes de guerra diarios, atiborrándose de telebasura, integrando y repitiendo como loros la jerga covidiana de positivos, contagiados, variantes y asintomáticos, lavándose las manos hasta dejarse la piel, adoptando el bozal sin rechistar y eliminando el contacto humano, los abrazos, los besos y las despedidas a los seres queridos mayores que eran sedados en virtud del “triaje de guerra”, un bien común inaceptable en una sociedad civilizada; en definitiva, entregando su libertad a cambio de un puñado de mentiras de diseño, incoherentes, pero muy eficaces, mientras se esperaba la mesiánica vacuna. Sin pérdida de tiempo, los diferentes gobiernos adoptaron la manipuladora información de doble vínculo y la dialéctica hegeliana de “problema-reacción-solución”. Esto está ocurriendo con los diferentes objetivos de la Agenda 2030.
Después vendría la psicosis colectiva y síndromes individuales, como el TEPT –cada vez más complejo—, la androfobia, el síndrome de la cabaña, aparte de las comunes depresiones y el aumento de suicidios. Decir que todo estaba previsto parece un desafío, pero así es y así lo venimos advirtiendo desde hace tiempo. Urge madurar mentalmente para superar esta condición psicológica humana que aflora en situaciones de crisis, y que tan bien conocen los expertos en control de masas.
Cuando esto ocurrió, la parte más despierta de la sociedad –la más formada e informada— comprendió que había llegado la hora sin posible retorno. Había que prepararse para lo que se avecinaba. En los últimos años iban dando pistas que dejaban al descubierto su prisa por asestar el golpe final y nos preguntábamos por qué en este momento. Creo que vamos teniendo algunas respuestas, aunque no fácilmente visibles.
La situación del mundo es compleja y poliédrica, con muchas caras, ángulos y aristas; como un gran puzle con las piezas desordenadas sobre la mesa, sin un tutorial para irlas encajando. Por eso es tan difícil visionar el conjunto y encadenar hechos aparentemente inconexos. Mis claves básicas para interpretar el tablero son, por una parte, el conocimiento de nuestro pasado, con sus cosmogonías, historia, tradiciones, leyendas, mitos y símbolos; y por otra, el interés de los poderes de cada momento en el diseño de la sociedad y el dominio del ser humano para su propio provecho. No nos referimos a los políticos de turno que, aparentemente, ostentan el mando, sino a las cúpulas del poder en la sombra, cuyas caras no son visibles y que, aglutinados en grupos o sociedades secretas, son quienes programan con antelación el futuro de la humanidad. Siempre ha sido así. Los políticos son meros títeres, marionetas de su guiñol, que la mayoría de las veces actúan sin entender.
En la actualidad, este suprapoder oculto es conocido genéricamente como “las élites”, a las que se les ha añadido el calificativo de globalistas. Yo suelo referirme a ellas como “los amos del mundo”. Controlan cada rincón de nuestras instituciones y estructuras: desde la ciencia a la educación, pasando por el ocio y la cultura en todas sus vertientes, la historia o el periodismo. Sin los grandes medios de comunicación, completamente a su servicio, no podrían implementar sus planes de control. Sin su colaboración, los ciudadanos no hubiesen asumido distraídamente el papel de “la bella durmiente”, a la espera de un príncipe salvador que los libere del hechizo. ¡Pobres ciudadanos, siempre pendientes de recibir órdenes, consignas y consejos, encantados de pertenecer a un rebaño uniformado y obediente! Desde esta perspectiva sombría, reclaman ser protegidos por rejas más altas y cadenas más pesadas, al tiempo que solicitan el destierro para los disidentes que han visto la luz del sol y denuncian las sombras reflejadas en la pared de la caverna.
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