Sobre todo para los más jóvenes entre los amables lectores, puede que no venga mal recordar que Rashomon (1950) es una de las memorables películas de la historia del cine, una obra maestra del gran artista japonés universal Akira Kurosawa. Con grandes actores como Toshiro Mifune, Masayucki Mori o Machiko Kyo. Plantea uno de los problemas fundamentales de la Filosofía, la cuestión epistemológica, la posibilidad de conocer la realidad, amén de la verosimilitud de los relatos que intentan dar cuenta de la misma sobre todo cuando el observador o el narrador tienen intereses particulares en ella. O, en todo caso, como señala uno de los protagonistas, un bienintencionado aunque acongojado sacerdote, cuando la naturaleza humana está degradada por el pecado.
La película narra una historia del Japón medieval. Para protegerse de un gran chaparrón torrencial tres personajes se refugian en las ruinas de un templo dedicado a Rashomon y mientras dura el aguacero se ponen a charlar acerca de un reciente e impactante suceso. La muerte de un guerrero y la violación de su esposa asaltados por un famoso bandido, así como las declaraciones de protagonistas y testigos durante el juicio posterior. Se suceden hasta cuatro versiones diferentes, con innovadores flash- backs junto a paradójicos homenajes al cine mudo. Y sucesivos cambios en los papeles de héroes y villanos atendiendo a quien cuenta la historia. En algunos de los cuales, para paradójico mentís y confusión de modernas hembristas especuladoras con la granjería de la violencia de género, la condición femenina representada por la protagonista no sale demasiado bien parada. Ni tampoco los roles reales resultan demasiado coherentes con los que cabría esperar de los respectivos status sociales.
¿Héroes o villanos? Aunque sin un gran Kurosawa para contarlo, más de setenta años después, la realidad imita al arte en muchas de las cosas que suceden y sobre las que existen interpretaciones no solo diferentes sino opuestas.
Así, el juicio entonces celebrado en la sede del Tribunal Supremo para juzgar a los golpistas catalanes y sus violaciones de la Ley y el Estado de Derecho. Y ahora la infame, criminal y humillante amnistia que intenta echar la culpa de la violación a la violada.
Creo que la reflexión sobre la posibilidad real del conocimiento que ocupa una gran parte del pensamiento filosófico o de tradiciones espirituales o metafísicas es de extraordinario interés. Sin embargo, a veces la realidad admite pocas interpretaciones sobre su auténtica naturaleza. Por mucho que se manipule el lenguaje las explicaciones y justificaciones de los golpistas y terroristas son inadmisibles también en este plano del conocimiento y no solo en el moral.
Pero nos encontramos en un mundo vertiginosamente cambiante que resulta muy difícil de entender. Acaso no ya solo por la cuestión epistemológica por la que el mundo de la dualidad del fenómeno sea complicado y encubra el último real, el del noúmeno. El Poder siempre intenta hacer gala de sí, a toda costa. Sabemos de despotismos y tiranías históricas monstruosas pero ahora también estamos ante algunos fenómenos inéditos porque estarían sucediendo cosas en una dimensión sin parangón anterior. Nunca con carácter generalizado y omnipresente el Poder globalizado universal ha estado en contra de la gente, de la humanidad, como acontece o parece acontecer ahora. Las consecuencias afectan tanto a la capacidad de conocer como a la moral.
Como decía Cicerón: ¿los hombres pueden hacer bueno lo que es malo, y malo lo que es bueno? En el fondo el problema es el aparente casi agotamiento de la facultad del Intelecto, o la muerte del Espíritu que llaman otros, el medio por el que el hombre cuanto se encuentra por encima y allende del plano de este mundo. Cuando falla este, y el alma se oscurece es fácil caer en las añagazas de la neolingua que avala las mayores aberraciones y distopías. En este infortunado reino muchos súbditos desgraciadamente han perdido el sentido de la dignidad, del decoro. Incluso del más elemental sentido de la supervivencia.
Aquí, en nuestro caso, también las versiones difieren, aunque ahora no es como en los lejanos sucesos contados por Kurosawa y afortunadamente existen muchos testigos del delito, entre otras cosas porque no sólo no fue ocultado sino que se jactaron de él como bandidos soberbios y vanidosos que se creían impunes y probablemente terminen siéndolo en una monarquía bananera como la que disfrutamos. Pero, cobardes y lloricas como plañideras mercenarias, cuando se acerca la inexorabilidad de la Justicia. Huyendo de ésta, el fugado traidor bandido Puigdemont, falso héroe satánicamente asesorado para hacer todo el mal posible a España y a la libertad, ensaya un relato verdaderamente inverosímil, pero que sirve a sus intereses criminales y a los de su compinche, el jefe del gobierno de Su Majestad. De modo que exige a la tambaleante Monarquía impunidad para sí y sus secuaces, ladrones, prevaricadores o terroristas, junto a una especie de humillante nuevo tributo de las cien doncellas.
Ninguneos y calumnias, dímes y diretes, tergiversaciones interesadas, desfalcos, disimulo de crímenes, mohatras varias, todo vale para el fin de confundir y engañar al personal, en un contexto de impunidad y de fracaso institucional generalizado. Nadie se opone al Mal, ni parece queden ya gentes lúcidas o valientes capaces de hacerlo. Y ¡cuidado! Que, como nos enseña Cervantes, ¡los lobos son los mismos pastores guardianes del rebaño!
Sí. Aunque aún desconozcamos su alcance final, o dudemos qué interpretación cabe dar a estos sucesos, algo muy grave y terrible para nuestra patria se está cociendo cuando se puede actuar con tanto desparpajo e impunidad, nadie exige poner a los delincuentes en su sitio, se aceptan humillantes amnistías descalificadoras y se modifica el código penal a su gusto para que sus crímenes queden impunes ¿Acaso la promesa de dictadura permanente de un régimen del Frente Popular bajo las infames designios de la Agenda 2030? ¿Sería correcta tal interpretación de lo que sucede?
Kurosawa finaliza Rashomon con una muestra de esperanza. Incluso el falaz leñador que se aprovecha del delito y da una versión falsa del mismo para esconder sus propias acciones puede tener un rasgo de generosidad y bonhomía.