A dos de cada tres españoles nos disgusta el ajuste de horario que dos veces al año perturba nuestras rutinas, por mucho que se empeñen en el ahorro energético y en esa poco creíble pretensión de adaptar la jornada laboral a las horas solares. Los 86.400 segundos de cada día, uno a uno, están destinados a envejecer nuestras células de igual forma, y adelantar o retrasar su trabajo es una medida trivial, si consideramos como indiscutible, por mor de la teoría de la “relatividad” (concepto sin desarrollar suficientemente), que un reloj parado nos ha de mostrar la hora exacta dos veces al día. Sesenta segundos pueden ser una eternidad o pasar en un suspiro, y eso tan solo depende de nuestro grado de felicidad en el transcurrir de los momentos. En la áspera Castilla, se usa la frase “matar el tiempo” para manifestar el desaprovechamiento de este en algo útil, sin detenerse a valorar que, probablemente, lo único verdaderamente fructífero es vivir, y que contemplar desde el desdén absoluto por lo utilitario cómo las agujas del reloj no paran de girar es un privilegio que nunca podremos compartir con los animales. Es la singularidad una de las razones básicas por las que nos diferenciamos de ellos y su natural encaje en los horarios y ritmos circadianos.
El tiempo, esa terrible magnitud física destinada a medir con precisión la duración y la separación de acontecimientos, es solo una construcción mental tópica fácilmente discutible según las teorías de Einstein que mantenía en lo teórico que: “La distinción entre el pasado, el presente y el futuro es solo una ilusión obstinadamente persistente”.
Un gran poeta amigo mío, llamado Barajas, se empecinó en hacer un largo poema que tratara de explicar la inaudita sombra del tiempo, su textura, su color y su olor. Escribió y escribió cada noche durante un año y, cada amanecer , descontento con los resultados, hacia arder en la chimenea de su casa el trabajo de sus palabras escritas, hasta que comprendió, por pura casualidad un día que no tenía cerillas, que la luna y el sol son dos tipos de relojes que tienen por defecto principal la delgadez transparente de las sombras que provocan y que, en esa sutil transparencia , las horas no tienen posibilidad de subsistir, salvo como recuerdos, y que estos son inexplicables aunque se transformen en memoria, y que la memoria es tan cruel que recuerda siempre mejor lo que pretendes olvidar.
Viene todo esto a cuento de un mensaje WhatsApp que me envió un tocayo piloto y que os reproduzco completo, porque lo veo más interesante que esa hora que “nos regalan”:
Hoy sábado hay un eclipse parcial de luna que se verá en toda Europa. Entre las 21:31 y las 22:59. A las 22:14 se podrá apreciar un pequeño mordisco sobre la luna llena, de eso Aristóteles, dedujo que la tierra era redonda. Eratóstenes midió la circunferencia de la tierra, 39614 km frente a los 40008 km que se acepta actualmente, un error de 0,16 %. Con la sombra de la tierra sobre la luna y el tamaño de la tierra, calculó la distancia al sol, que es muy similar a la UA, distancia media de la tierra al sol, unidad en vigor desde el 2012 y que es la unidad de medida para distancias dentro del sistema solar.