O al menos no cuela tanto la visión estupefaciente de una Familia idílica, ejemplar, modelo de virtudes que los amantes esposos desean inculcar a sus tiernos retoños que se empeña en vender contra toda evidencia una prensa mercenaria o prostituida que trata de ocultar una escandalosa realidad. Se sigue intentando en la prensa colaboracionista pero muchos de los comentarios del público ponen como hoja de perejil a los cronistas alabanciosos, desluciendo la farsa. Incluso algún medio ha tenido que retirar un artículo bochornosamente ditirámbico que sobrepasaba todas las medidas.
No, no cuela, porque la realidad histórica de la dinastía es todo menos ejemplar, no hay incompetencia ni traición que en ella no haya tenido su asiento a lo largo de estos tres calamitosos siglos desde su violenta entronización provocando una cruenta y estúpida guerra civil. Una dinastía degradada en la que ha habido varios injertos conocidos con material genético ajeno, pero de no mejor calidad, por desgracia. Según la propia interesada, la reina consorte María Luisa de Parma, ninguno de los hijos de Carlos IV era de este estulto monarca, un fantoche sin criterio ni atributos salvo su abultada cornamenta. Lamentablemente de este heroico adulterio real continuado salió un Fernando VII. Tal recauchutado genético continuó con Isabel II, casada con un homosexual declarado, que le servía oportunamente de coartada para sus múltiples devaneos con quien se le antojaba.
En su libro Anecdotario histórico, prologado por Gregorio Marañón, Natalio Rivas cuenta una curiosa anécdota de este desastroso reinado, trasmitida por el ministro de gobernación del momento, don Antonio Benavides. Tras una nueva pelea entre la reina Isabel y su consorte el primo Francisco de Asís, homosexual sin tapujos que consentía cuernos constantes a cambio de privilegios y prebendas, reconociendo como suyos los hijos de no se sabe quién, el ministro Benavides fue comisionado por el gobierno para que visitase al rey consorte en el palacio del Pardo, la pecaminosa Angorilla emérita de la época, donde se había refugiado con alguno de sus amantes homosexuales y su camarilla personal de cortesanos complacientes. En efecto, el comportamiento libidinoso de la reina, los descarados alardes del favorito de ese momento, el general Serrano, habían provocado la inevitable ruptura pública del modélico matrimonio regio.
La misión imposible de tan pintoresca embajada del ministro Benavides ante el marido tan copiosamente adornado por su casta esposa era intentar convencerle para que regresase al Palacio Real junto a la descontrolada adicta al sexo reina Isabel y evitar el escándalo social. Aunque en el fondo de lo que se trataba era que el marqués de Salamanca pudiese ganar tiempo para con la aprobación del tratado de los algodones salvar una situación financiera personal muy comprometida, maniobra a la que se oponía Donoso Cortés.
El diálogo entre el ministro y el rey consorte debiera figurar con todos los honores y merecimientos en la vasta e interminable historia del esperpento borbónico. Don Natalio Rivas lo cuenta con todo lujo de detalles:
El rey consorte: “yo no he repugnado entrar en el camino del disimulo; siempre me he manifestado propicio a sostener las apariencias para evitar este desagradable rompimiento; pero Isabelita, o más ingenua o más vehemente no ha podido cumplir con este deber hipócrita, sacrificio que exigía el bien de la nación. Yo me casé porque debía casarme, porque el oficio de rey lisonjea; yo entraba ganando en la partida y no debí tirar por la ventana la ocasión que me brindaba, y entré con el propósito de ser tolerante para que lo fueran conmigo, para mí no habría sido nunca enojosa la presencia de un privado.
En esto le interrumpió Benavides para decirle: “Permítame Vuestra Majestad en que observe una cosa: lo que acaba de afirmar en cuanto a la tolerancia de un valido está en contradicción manifiesta con vuestra conducta de hoy, porque según veo la privanza del general Serrano es lo que más le retrae para entrar en el buen concierto que le solicitamos.»
Entonces el rey con singular entereza respondió: “No lo niego; ese es el obstáculo principal que me ataja para llega a un acuerdo con Isabelita. Despídase al favorito y vendrá seguidamente la reconciliación, ya que mi esposa la desea. Yo habría tolerado a Serrano; nada exigiría si no hubiese agraviado a mi persona, pero me ha maltratado con calificativos indignos, me ha faltado al respeto, no ha tenido para mí las debidas consideraciones, y por tanto le aborrezco. Es un pequeño Godoy que no ha sabido conducirse, porque áquel, al menos para obtener la privanza de mi abuela, enamoró primero a Carlos IV.”
Serrano, el general bonito, no aceptó las condiciones de complacer también al indignado marido pues no hubo trato ni truco. Y el cornudo rey consorte se atrincheró en el Palacio del Pardo.
Nada hay nuevo bajo el sol. Y según muchos autores lo que se va conociendo ahora, con los necesarios ajustes que fuesen de rigor, entraría con todos los honores en la más rancia tradición borbónica. Sí, una de las comidillas del momento actual que pudiera tener repercusiones en este reino de pasotas arruinados es la de la supuesta bisexualidad del Rey lo que arrojaría alguna luz sobre unas conductas o actitudes incomprensibles. Y lo que aún es más importante: sus consecuencias en la política y la vida de sus pobres y humillados súbditos. En una institución anacrónica que no se basa ni en la virtud, ni en el mérito personales, ni en su condición democrática, sino en la continuidad del linaje como es la Monarquía, la responsabilidad en al menos transmitir la genética dinástica debiera ser fundamental, evitando engañar al sufrido pueblo con hijos de contrabando o procedencia más que dudosa como ya hiciesen antes las virtuosas reinas doña María Luisa y doña Isabel.
A río revuelto, ganancia de especuladores. Esto parece un circo del más difícil todavía. La credibilidad del linaje se encuentra en el disparadero y “quien calla, otorga”. Todo un follón abigarrado y especulativo más propio de enrevesado y almibarado culebrón turco o venezolano que de una institución seria y respetable como debiera ser la Jefatura del Estado. Cuyo desempeño actual es lamentable, por cierto. Impasible el ademán, España se derrumba bajo el Trono.