
Callar para callar
La crónica crónica es un desgarro diario insoportable para el escritor frente al folio en blanco. Es su manera de sufrir el síndrome de la puerta equivocada, cuando el afán por teclear la voz se le hace imprescindible. Hay un manual de instrucciones para salvarse de línea en línea sin resbalarse y estrellarse en el vacío, que solo los poetas empedernidos transitan con éxito. Algunos, los más osados, incluso dan color a lo que la boca cerrada no cuenta, y lo hacen indispensable para vivir y plomizo irremediable para morir. La palabra es un arma poderosa que no sirve para el propósito de dejar de existir ni para el despropósito de perpetuarse en la fatalidad imaginativa del lector. Más allá del dolor de contar, en la felicidad de leer se resume todo lo que nuestra naturaleza busca para satisfacer su innata curiosidad de sumidero insaciable. El arte de callar: callar para escuchar, para aprender, para hacer del silencio un fecundo cómplice, para no molestar a las moscas y para camuflarse con el aire. Asi terminó su alegato el galardonado por haber conseguido acariciar la cola del dinosaurio mudo de Monterroso.
La periferia de la periferia
El pensamiento lógico es la periferia menos acreditada de la cordura, malició el dictador antes de acostarse plácidamente. Lo previsible es un mundo segregado de los muchos mundos que las vidas propias y ajenas nos dejan vislumbrar. En el centro de la meseta no se puede sospechar lo marítimo, aunque se puede previsiblemente navegar en lagos de ensueño. Todo lo que por un solo instante deja de ser previsible y se hace real, de inmediato pasa a una categoría donde la normalidad aleja el inquietante y enigmático futuro que nos altera la imaginación, determinándonos miserablemente humanos. La tozuda realidad no aprende nunca a figurar desenlaces con exactitud matemática, y resbala en los bordes del azar y de lo ilógico con sus sorpresivos juegos paradójicos. ¿A quién se le ocurriría sospechar el advenimiento de una guerra en el siglo que corre? ¿A quién no le gustaría pronosticar un final de los conflictos internacionales? ¿A quién no le fascinaría presagiar que en un corto espacio de tiempo el mundo detuviera su locura? La periferia de lo posible se alimenta de insomnios, y lo reversible no matrimonia bien con la porfiada artificiosidad de la vida sin fantasías. Afortunadamente, el ictus nocturno acabó para siempre con el crepúsculo matutino de ese loco tirano que soñaba perpetuar ese despropósito, donde la guerra solo sería locura para los licenciados en psiquiatría
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