Y todo, bien embarrado, se volvió turbio. Lo fundamental quedó tapado por lo accesorio entre mentiras y reproches. Ellos no ganaron y nosotros perdimos. Asistimos sorprendidos a la “Quijotización” de Sancho y la “Sanchificación” de Don Quijote. El correoso hidalgo gallego se presumió hiperrealista, cogitabundo en su falacia, sin admitir los hechos probados, mientras que Sancho se enfundó en una especie de «bobalicón caballero», romántico, justo y chaparronero sin paraguas, eligiendo mojarse en sus ideales y recauchutando la realidad con asombros de plásticos, chuzos de punta y granizos a destiempo. Todo fue patético, y el “sanchismo” quedó sin definir porque nunca lo estuvo salvo en balbuceos tremebundos, y el “falsoquijotismo” con más adarga que -lanza sin astillero-, cual tortuga orensana lacustre y torpona, se defendió en ataque, librando otra diferente guerra verborreica y blandiendo unas garras emponzoñadas de topicazos y falsedades descontextualizadas, que descolocaron a un oponente que tambien utilizó la descontextualización como defensa. Todo fue bronco hasta la saciedad y no hubo propuestas que nos interesaran realmente a los ciudadanos, que –atónitos- seguimos una lucha de interjecciones más parecidas a rabiosas pataletas infantiles que recursos dialécticos de peso para construir una idea sobre el qué y cómo nos podrían gobernar. Un estilo de dialéctica destructiva, de argumentarios gastados, de grandilocuentes recursos agotados por su repetición banal y casposa, tratados como si el gallinero estuviera rebosante de tufos a cacas de gallina diarreica que no pone huevos en la cesta y cacarea con igual énfasis de VOX y de la ETA. Fueron tan penosos estos dos individuos que se enfrentaban por el poder, que los periodistas que siguieron el acto tuvieron que hacer juegos malabares para sacar chicha donde solo había huesitos astillados de la contienda y alguna hemorragia de medias verdades cuestionables, mal contadas, torticeadas y difusas, que no necesitarían sutura sino simples tiritas del Mercadona. No merecemos estos bochornosos espectáculos de tasca de pueblo donde todo vale si es en voz alta, protagonizados por quienes están en el político brete de dirigir nuestras vidas cuatro años. No pasarán a la historia, con esta imprecisa y farragosamente opinativa intervención, por ser comedidos, educados, interesantes, leales, propositivos, sinceros y emulables. No les podremos poner de ejemplo, salvo que nos empeñemos en enfermar los deseos de nuestros hijos de ambición presumible a cualquier precio, haciendo modelo con la bestial frase de Toni Montana en Scarface: “Siempre digo la verdad, aun cuando miento”.
El “sanchismo”, según Cervantes, que le daba mil vueltas y volteretas a estos dos sujetos, queda definido cuando Sancho Panza, en el capítulo 45 de la segunda parte del Quijote, tras diez aciagos días resuelve largarse del Gobierno de la Insula Barataria, después de moderar el precio del calzado, poner tasa en los salarios de los criados, imponer duras penas a los que cantaran canciones lascivas, crear un alguacil de pobres para socorrerlos, proteger a la nación de los falsos ciegos y luchar contra la pereza y la vagabundería. Sacude Sancho su desánimo con esta brillante reflexión que les vale de talla a los dos contendientes que nos propinaron esa torva y desagradable velada de ánimos e improperios poco edificantes y nada sugerentes:
«Yo no nací para ser gobernador ni para defender ínsulas ni ciudades de los enemigos que quieran acometerlas. Mejor se me entiende a mí de arar y cavar, podar y ensarmentar las viñas, que de dar leyes ni defender provincias ni reinos. Bien se está San Pedro en Roma: quiero decir que bien se está cada uno usando el oficio para el que nació. Mejor me está a mí una hoz en la mano que un cetro de gobernador»
Pues eso, ¡que vuelvan a la hoz y que con un martillo resuelvan su particular contienda de banderas rojas y azules de una puñetera vez sin hacernos testigos y ojiplática parte interesada! ¡Que no utilicen la mentira como estrategia psicosocial! Los de “a pie” esperaremos a que resuelvan nuestros problemas una vez nos roben el voto del ya diminuto bolsillo de las ilusiones, en vez de enredarnos la búsqueda de las tres patas del gato con ardides tan aburridos, petardistas, fulleros y ruidosos.