De todo lo que en España sobra, que básicamente son cojones, han fabricado los catalanes … un visceral motivo de elecciones. Han conseguido hacernos partícipes de unos algos que nos importan nada o un poco menos que un bledo: la autonomía, la autonosuya y la autononuestra. Podríamos escribir un estribillo para un bolero casposo y delirante con rimas malsonantes de Pig-demont, con risillas de Illa culo silla, Acagones del derecho y del revés, Ignecios de Barriga retorcida, Lailas lolailas lalalas, Fernandeces en verso alejandrino, Cañizosas carlangadas o Albiachundas Cesicosas. Podríamos llevarlo a Eurovisión acompañando a esas viejonas deposiciones Zorras que nos representan, y, además, podríamos llenarlo de caganets limpiando sus traseros con los argumentarios que el PP esgrime contra la tan necesaria y maltrecha Palestina libre. El Bolero, que es un Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, llevaría ecos de fracaso cubano en compas 4/4, que mueve la pelvis con elegancia entre pasos rápidos y lentos para remozar esa sardana que da saltitos al corro mientras se cocina la butifarra. Malmö Arena sería un lugar perfecto para hacernos los suecosoberanistas. La poesía (de bolsillo fácil) y la política (de interés partidista) son indisolubles en estos y en otros casos, y sólo alguna fácil rima populachera se acomoda a la veleidad de la broma cantada para hacer de graves momentos juegos de entretenimiento para chusma fina.
¡Qué tiempos aquellos donde ellos y nosotros leíamos, con musical devoción y respeto al maravilloso Gimferrer, versos cargados de sabiduría sin distingos!:
Morir serenamente como nunca he vivido y ver pasar los coches como en una pantalla las canciones lentas de Nat King Cole un saxofón un piano los atardeceres en las terrazas bajo los parasoles esta vida que nunca llegué a interpretar.
O de Merce Redoreda que nos avisaba tan elocuentemente :
»Sóc un estel de la terra; si mà incivil em desterra i em reclou dintre d’un got, m’apagaré de seguida, i que la mà entossudida em torni a encendre si pot.»
En la observación de esta actual España, que mostramos en “términos exclusivistas y paleto-nacionaleros”, donde atribuladas manos de solemnes idiotas prefiere, por poner un ejemplo sangrante, ser archirrepetida Plaza de España en Alpedrete, que recuerdo distinguido e imborrable de artistas trabajadores de nuestro panorama más internacional, nos llena de recelos sobre nuestra deriva como pais. (Recordar a Paco y a Asunción más que un deseo de gentes de bien es un bien para las gentes que saben de la dificultad de lograr la excelencia sudando camisas). ¿Se olvidarán los catalanes, tras los resultados de las urnas este fin de semana, nombres ilustres como Margarit, Joan Vinyoli, Marta Pessarodona, Ramón Xirau, Joan Brossa … o esa larga lista de poetas ilustres y maravillosos a los que dedicar calles y plazas? ¿Servirá el consensuado poder de las papeletas para que su recuerdo nos motive a ser mejores, más solidarios y menos cafres? ¿Podremos aprender de los resultados que cada día somos más iguales a nosotros mismos y que nuestro futuro poético, el más importante de nuestros porvenires, se alimenta por igual de alegrías y fracasos humanos más allá de los partidos? ¿Seguirán persistiendo estos burdos distingos con idiomas presos a los que se les torturen las palabras para que distancien en vez de acercar? ¿Volveremos a tener Chiquilicuatres eurovisivos al por mayor o nos decantaremos por aceptar un seny refrendado por los números? Somos chusma selecta con reconocimiento del viejo dicho payés que no deberíamos olvidar nunca: Si a qui deus no pots pagar, humilment li has de parlar. A lo peor no es lo suficientemente poético, pero viene muy a cuento para darle entre todos una pensada con salsa romesco.