El empantanado “chumino rebelde” está atorado, tras tres años en el Constitucional, simplemente para delimitar dónde empiezan o acaban las libertades de expresión. Las ofensas a los sentimientos religiosos perturban e inquietan por su lentitud en comparación con la rapidez con la que el Supremo ha limpiado con lejías baratas los manguiruleos eméritos de Juan Carlos . El tiempo, una vez más, como dijo Proust, es diferente para cada apreciación. «Los días pueden ser iguales para un reloj, pero no para un hombre.” ¡Qué gran hombre este campechano de la boina de oro! Entre un chumino procesional y un excelso follador, la velocidad de la justicia se decanta por quién tuvo su cara dura troquelada en las monedas con las que se pagó nuestra ignorancia, nuestra sumisión y nuestra escapada de una dictadura sangrienta. Los jueces, esa casta con diferentes varas de medir a su antojo testicular, dan congelador al siempre respetable chumino, fuente de placer y motor procreador, exhortándonos desvergonzadamente a echar pelillos a la mar, en regata de curioso “bribón” o afortunado velero. Las oceánicas singladuras fraudulentas son relevantes gestas piratas de quien ostentó -al aire que más calentó, por decisión de Franco, la Jefatura del Estado. Naturalmente, las puñetas muñequeras del Supremo han rechazado abrirle una alarmante causa penal cañera y se han quedado almidonadas, blancas, limpitas con los vuelos de sus encajes flotando sobre el negro aterrador de sus sospechosas entretelas. Mientras , en algún anaquel lleno de polvos y lodos constitucionales, un chuminillo seco olvida pesaroso que fue cuña del deseo procreador, que fue placer, que fue nuestra primera ventana al mundo y que su otra función , la de soltar pises y dolorosas menstruaciones a chorro desparramoso, es una manifiesta vulgaridad incomparable con las reales posturas que han sido siempre, a lo largo de la historia, más proclives a cagarla a culo lleno y al paseo mayestático del ciruelo por perfumados coños vaginas y vulvas. Agujeritos estos, que nunca aspiraron vocacionalmente llegar a ser, sin éxito del capuchón fariseo, los alegres y escondidos chuminos plebeyos que llenaron de pasiones nuestras pueblerinas ansias de ciudadanos adolescentes. Ni más ni menos ni menos ni más, aunque otros dirán que por un quítame allá estas miserables pajas, sin vértigos pecaminosos, con licenciatura, ni de coña se acomodarán en esta desvergüenza de increíble proceso con baja lubricación social. Hay una concepción elegante de la justicia que se ha emputecido emocionalmente y hemos hecho callo con tanto coño, tanta coña, tanta cuña y tanta caña. Los tenaces despiadados ultracatólicos contra “el chumino rebelde” van ganando la batalla mientras el memérito se va de rositas, fumándose un puro y echando el humo a los ojos de San Judas Tadeo, patrón de las causas imposibles, para que no contemple ni cómo se hizo tan rico ni cómo se escaqueó de cotizar a Hacienda mientras saltaba verbeneramente inviolable de chumino en chumino.