Cuando Judith Butler en su obra “Problemas de sexo” señalaba que “Freud reclama la bisexualidad primaria como un factor de complicaci6n en el proceso de la formación de género y carácter”, añade que “con la reclamación de un conjunto bisexual de disposiciones de la libido, no hay motivo para negar un amor sexual original del hijo por el padre…”, que “el niño debe escoger no solo entre las dos opciones de objeto (de deseo), sino entre las dos opciones sexuales, masculina y femenina” y que (…) “normalmente escoge la heterosexual, lo cual sería la consecuencia no de que tenga miedo de ser castrado por el padre, sino del miedo a la castración, o sea, el miedo a la «feminización» que en las culturas heterosexuales se relaciona con la homosexualidad masculina. Se nos abre la puerta a dos ideas: la primera es que la heterosexualidad, desde este prisma, viene a derivar de un terror terrible que impide elegir al niño su identidad sexual, el cual ha de ser eliminado y, para ello, qué mejor remedio que dar libertad total para que se desactiven los mecanismos culturales de las sociedades machistas. He aquí los fundamentos freudianos que sostienen toda la ideología de género, el por qué se busca castigar a los padres que sostienen ideas que van en contra de la libre elección y cómo se señala que son los factores culturales los que diseñan el sexo elegido, independientemente del que sea biológico.
He aquí la clave para entender las raíces de la terrible confusión cuando Freud nos habla de la identificación como mecanismo para la formación del yo, proceso que se separa de deseo sexual. Según ellos, todos somos bisexuales y tenemos el derecho de elegir sin tapujos. El gran inconveniente de esta teoría es que ignora el sexo genital y su importancia. Como señalábamos en nuestro informe, entregado a sus señorías, “la identidad sexual se conforma bien entrada la adolescencia y en no pocos casos en los años asociados a la madurez, y que este proceso es lento y progresivo…”. Tanto hincapié en la libido y el deseo no ayuda a la reorganización de las fuerzas dentro del sujeto.
Este hecho se relaciona con la bandera LGTBI, que es casi la misma que la de los chakras, salvo en el hecho de que elimina el espiritual, aquél que podría generar un estado de armonía en el sujeto. Dentro de los esquemas budistas, el blanco representa la unión con la espiritualidad y la conciencia superior, el morado el tercer ojo o la intuición del conocimiento, el azul la capacidad de comunicación del ser consigo mismo y su entorno, el verde es el afectivo, donde se alojan las emociones y los sentimientos, el amarillo, sito en el estómago, representa el procesamiento de las emociones y de las ideas, el naranja vendría a ser el asociado a la imaginación y la sexualidad y el rojo la conexión con la tierra y nuestras necesidades físicas. Si eliminamos el blanco, o la conexión con las fuerzas superiores e invertimos los demás, dando más importancia a las necesidades placenteras que a la intuición o la conciencia, nos encontramos con que la bandera LGTBI tiene los siguientes colores de arriba abajo: rojo, naranja, amarillo, verde, azul y morado. ¿Casualidad? Gilbert Baker, un artista estadounidense, fue su creador a raíz de que el líder gay Harvey Milk le solicitó la creación de un símbolo gay en 1974. Tras su asesinato en 1978, esta bandera se convirtió en el signo distintivo de dicha comunidad, tras la eliminación del rosa, que antes era el primero, antes que el rojo. El tema inspirador fue “Over the rainbow”, canción que nos señala que existe un lugar donde los sueños se hacen realidad, donde las nubes están demasiado lejos (“somewhere over the rainbow, blue birds fly…”). La referencia al pájaro azul se refiere al cuento de Maurice Maeterlinck, escrita en 1909, en la que una bruja les regala unos sombreros a unos niños para que busquen la felicidad, representada en el pájaro azul que se encuentra en el mundo de la magia; de vuelta a casa el 25 de diciembre, los niños se percatan de que en realidad siempre fueron felices. La búsqueda de este pájaro se ha empleado como método de engaño y de confusión, como estrategia de entrenamiento en misma CIA americana y los servicios secretos, como medio de sometimiento.
Nos encontramos con la promesa de la libertad infinita, gracias a la cual el sujeto puede desarrollar su capacidad de inventiva y de placer en una sensación que relaciona ambos aspectos y que, al mismo tiempo, le otorga el derecho a la felicidad, nunca otorgada ni experimentada. Es una de las estrategias de manipulación de masas empleadas por el Estado como distractor, del mismo que lo fue el LSD durante la generación de los hippies en concierto de música y arte de Woodstock de 1969, donde se regaló una pequeña dosis de droga a cada asistente.
Si relacionamos todos estos aspectos, nos percatamos del uso del psicoanálisis como justificación para erradicar el machismo, como lo que nos impide ser felices. De ahí viene el feminismo en forma de odio al varón y a la cultura impuesta por éste, así como la asociación de otras elecciones sexuales como los trans, los gays, las lesbianas y los intersexuales. El fin sigue siendo el mismo, alejar, de acuerdo con la bandera, al individuo de la espiritualidad (he aquí el ingrediente satánico de la misma, es decir, de Dios y de la creencias bíblicas o el color blanco), y hacer sucumbir al ser humano al mundo de los placeres, de los mismos que denostaba Platón cuando señalaba al cuerpo como el centro de lo sucio y espurio, en contraposición con el espíritu, que es lo puro, y en sintonía con Nietzsche, cuando nos señala que el hombre merece vivir en los placeres mundanos porque es precisamente ahí donde se encuentra la fuerza del espíritu.
¿Qué interés pueden tener las élites masónicas y las autoridades que incluyeron este aspecto en el quinto punto de la agenda 2030? ¿Por qué se ha dado la orden de que los colegios eduquen a nuestros hijos en principios tan malvados y siniestros? ¿Por qué ese empeño en separarlos de la luz blanca del amor e introducirlos en las tinieblas, como los niños del cuento de Maurice Maeterlinck para que se pierdan en el mundo de la fantasía, con el riesgo de quedar drogados por el encantamiento de la magia negra de los educadores? ¿Y si descubren que el pájaro azul no existe y de ser real desaparece en su imaginación, como ocurrió a Mytyl y Tyltyl, protagonistas del cuento?
Lo peligroso es que es llevado a la realidad gracias a la ruptura con la maldición del patriarcado, que Freud señalaba, en la meta ilusa en el que la felicidad se vuelve inconsciente y fuera de control para quien trata de encontrarla a toda costa, para beneficio de las empresas farmacéuticas que venden sus remedios para el cambio de sexo.
¿Satanismo? Que cada cual saque sus propias conclusiones.
ÁNGEL NÚÑEZ.