Marañón cuenta en Elogio y nostalgia de Toledo algunas de las peripecias de Galdós
en la antigua ciudad por la que andaba lleno de misticismo su criatura Ángel Guerra.
Comentando acerca de la infancia explicaba que “su inocencia no es otra cosa que
teología disfrazada”. Como ejemplo sigue narrando un triste hecho que solía acontecer
de tarde en tarde. La presencia del pequeño cuerpo cubierto por un paño de un niño
muerto sobre una peana, que para depositarlos cuando eran muy pobres existía junto a
una columna cerca de la puerta del Niño perdido de la catedral toledana. Sobre esa
peana permanecían unas horas hasta el momento de ser enterrados.
La sencilla desnuda pobreza de ese cuerpecito abandonado allí a la caridad cristiana
contrastaba con la esplendorosa riqueza ornamental de la catedral. Dos formas o
paradójicas expresiones de la creación: el grandioso y rico templo, obra de hombres y el
pequeño e inocente cuerpo, obra de Dios. Sin embargo, en tal teología disfrazada, un
humilde cuerpecito anónimo se vuelve el centro pasajero pero real de toda esa majestad
que le rodea.
No, ya no está Dominico Greco presente en el humilde entierro infantil para pintar el
ascenso del alma desde su pobreza terrestre a la gloria celestial, pero sin duda cabe
imaginarlo así con los ojos del espíritu.
Pero ahora la cosa es mucho peor porque el sufrimiento y la muerte tienen un
componente de voluntariedad. Ante la indiferencia casi general, en el reino de España se
sacrifican más de cien mil criaturas nasciturus al año, sin peanas que las expongan ni
menos homenajes por modestos que fuesen. Problema teológico es conocer el destino de
sus almas, pero en cambio se sabe que en este plano terrestre sus despojos corporales ya
no se dejan en una peana a la vista de los fieles sino que suelen aprovecharse como
materia prima para granjería de otros negocios criminales.
La difunta duquesa de Medina Sidonia fue la autora de un texto novelado terrorífico,
censurado, titulado La Ilustre degeneración en el que explicaba ciertos tremendos
temas y la impunidad con la que operarían los tenebrosos cómplices mediante el
aparente control casi total del aparato del Estado. Casi arrumbada ya la civilización
española, hoy parecería que ciertos próceres actuales compiten entre ellos para ver
quién es más vicioso degenerado, demagogo, sanguinario o hipócrita. El ejercicio de la
pederastia o de sangrientos rituales de magia negra muchas veces constituye el cemento
de unión de cierta clase dirigente según lo explicaba la fallecida duquesa. Ante tan
graves acusaciones la endémica corrupción económico política del Régimen del 78 casi
parece una chiquillada de novatos.
No sería de extrañar que aquí pudiera haber habido alguna filantrópica y lucrativa
variante de la isla de las Lolitas de Epstein. Pero surgen escándalos terribles con niños
supuestamente tutelados por ambas Generalidades catalana y valenciana o en Baleares
que habrían sido abusados u obligados a prostituirse a los que se pone sordina. El
feminismo oficial guarda espeso silencio cómplice con estos hechos.
En relación con la infancia más desvalida hace unos meses el P. Teodoro explicaba lo
que sucede con el “secuestro” institucionalizado de niños:
“en la España actual es cierto y aunque realmente los niños son de sus padres y de sus
familias, el estado se los arranca y los secuestra por el vil dinero para entregárselo a
criminales asociaciones cuyo objetivo es «tutelarlos» para, a partir de ese momento,
recibir millonarias subvenciones. Entonces nos encontramos con un drama que está
destrozando la vida de esos niños y de sus familias. Debido a ese drama, a ese
secuestro, a ese crimen que se organiza desde el propio estado con el objetivo de
lucrarse, son muchas las personas valientes y asociaciones que están luchando para
que deje de perpetrarse esa monstruosidad… Deberíamos ser todos, absolutamente
todos, los españoles los que denunciáramos estas aberraciones que estado, y
asociaciones satélites, están cometiendo contra lo más sagrado que tenemos, que son
los niños.”
Las estadísticas muestran que el Mal es general, parece institucionalizado en ciertos
ámbitos de poder. Incluso algunos intuyen que constituye una especie de iniciación para
iniciar las malvadas cordadas de ascenso a los puestos de más poder. Si, por si no
hubiera bastante con la multiplicación del aborto, para las élites globalistas el tráfico de
niños resultaría un mérito cuando no una forma de tenebrosa iniciación para la «alta»
política, la gran gerencia multinacional o la farándula. En muchos casos el paradero
final de estas pobres criaturas resulta desconocido y es de temer lo peor.
Pese a todo, aún hay quien se atreve a hablar de progreso y de derechos, como si
viviremos en el mejor de los mundos. Como si la desaparición de cientos de miles o
millones de niños en todo el planeta pudiera considerarse de otra forma distinta que de
un crimen monstruoso contra la humanidad y contra Dios. El síntoma del fracaso de
toda una civilización que renegando de sus valores morales más elementales parece
dirigirse a su catastrófico final.
Alfonso De la Vega
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