Por Magdalena del Amo
Psicóloga, periodista y escritora
Todo es VIBRACIÓN, desde la partícula más pequeña de un átomo al universo infinito del que formamos parte. El ser humano es una máquina biológica maravillosa compuesta de trillones de partículas que emiten radiaciones medibles, es decir, todos emitimos frecuencias, unas beneficiosas que nos alegran el ánimo y sanan, y otras nocivas que nos debilitan y enferman. Por la misma ley, todo lo que nos rodea, el lugar donde vivimos, el aire que respiramos o los alimentos que ingerimos, emiten campos de frecuencia que influyen en nosotros, porque todo está interconectado energéticamente. Las frecuencias de nuestras emociones influyen en nosotros y en nuestro marco existencial, especialmente en las personas y en el resto de seres vivos que conviven con nosotros, sean estos animales o plantas. Estas, aparentemente inertes, tienen una gran sensibilidad, hasta el punto de languidecer cuando su dueño enferma. Lo mismo ocurre con las mascotas. Ellas, igual que los bebés, somatizan nuestras dolencias e integran nuestras emociones. Me decía una amiga durante el confinamiento que su gato había cambiado el carácter, que lo veía intranquilo, más estresado. Le dije que el conflicto estaba en ella y le sugerí orar y meditar para elevar su frecuencia y así sanarlo a él. Su mascota, en esa situación convulsa, estaba siendo su espejo, lo que la psicología describe como proyección y que Jung denominó la sombra.
Estos días la sociedad está vibrando en la frecuencia de la incertidumbre, la desesperanza, la angustia y el miedo, situaciones que, como apunté en un artículo anterior, debilitan el sistema inmunitario disminuyendo las defensas, creando así un caldo de cultivo óptimo para la proliferación no solo de virus y otros patógenos, sino de todo tipo de enfermedades tanto físicas como mentales. El miedo, en concreto, tiene la misma vibración que los virus.
El investigador André Simoneton estableció que los virus y demás microorganismos patógenos vibran a menos de 6.500 angstroms y que solo pueden afectar a los seres humanos que se encuentren por debajo de esa vibración, esto es, personas que padecen alguna patología, pero, sobre todo, que viven inmersas en la negatividad: pesimismo, miedo, malhumor, ira, envidia o mezquindad. El amor incondicional, la gratitud y el perdón tienen las vibraciones más elevadas. Es de sabios, por tanto, procurar emitir en estas frecuencias.
Hace tiempo que se ha descubierto científicamente el poder de la oración y la meditación. Los estudios han demostrado que “la oración es un medicamento poderosísimo ya que no solo regula todos los procesos del organismo humano, sino que también repara la estructura de la conciencia”. Un estudio realizado en el Hospital y Medical College de Pennsylvania, indica que el efecto neurocientífico de las experiencias religiosas y espirituales revela que la curación física puede ocurrir como resultado de la fuerza de la oración. En la investigación se establece que los escáneres cerebrales de resonancia magnética demostraron el misterioso poder la oración. Cuando una persona ora o medita se produce un aumento de la actividad en los lóbulos frontales y en el área del lenguaje del cerebro.
No importa a qué religión pertenezcas. Lo importante es conectar nuestro corazón con nuestra esencia divina, con eso que llamamos Dios, que los clásicos definieron como lo Uno o la Primera causa, el motor que mueve sin ser movido que decía Santo Tomás y que, modernamente, denominamos la Fuente o, los más científicos, el Campo cuántico. No importa la denominación. Los nombres, al fin y al cabo, son solo juegos de nuestra mente egoica ansiosa por descubrir y explicar los secretos de la vida y del cosmos, en definitiva, el gran enigma de la existencia. No importa en lo que creas. Lo importante es tu corazón, que, aunque te parezca increíble, tiene una vibración más alta que tu cerebro, a pesar de haber sido considerado hasta hace poco como una simple máquina de bombear sangre. A medida que cultives tu corazón, formarás un cerco de amor tan fuerte que nada te podrá dañar, y protegerá también a las personas que están en sintonía contigo. Así, juntos, creceremos en el amor hasta fundirnos en la unidad que somos.
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