Sánchez tiene una manera de caminar que le hace presuntamente dueño del terreno que pisa. Guste o no el personaje, es apelotante su seguridad y la manera que tiene de conformar sus andares con su controvertido discurso político que, más allá de lo -veraz o no-, tampoco tiene discutible su valentía, su arrojo, su esperanza y su desvergüenza torera. Feijoo, por el contrario, además de ser inarmónico con gestualidad de cefalópodo, cuya única defensa se manifiesta en borrosas tintas donde camuflar su ataque disfrazado de huida, emboscado y enfoscado en recursos dialécticos de patas cortas, mantiene a duras penas la arrogancia del looser de libro que se niega a visitar la lona y que saca petróleo a los puntos. No importa la letra que le escriban, que él con su monocordio talante todo lo empapa de una música poco pegadiza. Una música dodecafónica y atonal que, careciendo de toda relación de los tonos de su obra con un tono fundamental, se desparrama sin lazos sistémicos y funcionales en su melodía. Con estos dos mimbres marrones se construye el argumentario de elecciones para nuestro país, cada día más falto de una dialéctica que sume y arregle con razonamientos de servicio público la retahíla de nuestras perentorias necesidades sociales. «Un jefe es un comerciante de esperanzas» nos dejó dicho Napoleón, que hoy se habría deshecho en comparaciones divertidas, emparejando y espejando a estos dos sujetos entre la anafrodisia de Marie- su sobrina nieta-, a la que llegaron a reubicar el clítoris para procurarla una satisfacción que nunca llegó y la ninfomanía de Pauline, su hermana favorita, que se perfumó más de un batallón de aguerridos soldados y se calzó tres sonados matrimonios. Ninguno de estos dos jefes que comercian nuestros sueños han hecho bueno el encargo de hacérnoslo fácil, si bien es cierto que el guapo ha sacado cabezas de ventaja al feo en el ejercicio del poder. Tanta cabeza de distancia gasta uno como pies de plomo se viste el otro. Momo, el dios de la sátira se habría despelotado con las ocurrencias políticas de estos chacineros ibéricos y le habría quitado a Ezis, la divinidad de la tristeza, parte de la angustia que acompañaba su mal pasar. Ambos tienen, sin embargo, un rasgo común para compartir que se llama clientelismo y que es la putísima madre del cordero. Como acaba de ganar el PP su quinto momento chorigaliciero, y para que en esa formación no sean todo risas y bailables muñeiradas dejaré constancia en estas líneas de parte constatable de lo que al galaico le ha costado esta ronda: Subida de las pensiones no contributivas en su feudo de 218 euracos para 37.000 galleguiños como complemento o propina extraordinaria. A todos los que no hayan nacido en cualquiera de sus cuatro provincias, recordemos, votó su formación en contra de cualquier subida en el Congreso cuando se alcanzó -a trantrancas y babarrancas- la necesaria revalorización de las pensiones en combinación con el IPC. Y, además, para que lo vieran bien clarito dio el feijoado ayudas de 400 eurocatódicos para la compra en Galicia de nuevos aparatos de televisión con los que librarse del apagón de la TDT y solazar la miopía. En concreto. 400 euros de regalía para comprar un nuevo cacharro para la primera casa y si además tienes una segunda 200 eurogaitas más. A siete mil mariscadores se les achuchó cuatro milloncetes y medio de euros (quinientos y pico lereles por barba) a solo 3 días de invitarles a visitar las urnas y notificó de paso a los sanitarios un paquetaco de interesantes medidas contributivas a su trabajo con efecto retroactivo. Para rematar y chinchar, a familiares que heredan de hermanos, tíos, sobrinos, suegros y cuñados les garantizó un sentidiño descuento total de pagos. En otras palabras, les endiñó a los electores «LA DEL PULPO A FEIRA”. A eso se llama en mi tierra endilgar clientelismo activo y eficaz, y es lo que el chulote Sánchez, de mano más agarrada a catalanes clavos ardiendo no sabe manejar con soltura quemando pólvoras ajenas. Si algo se puede aprender en política para medrar del tirón es la buena gestión de la corrupción y la certera solvencia del cariñoso local clientelismo. En eso, pese a intentar ser meritorio, el guapito pierde el plebiscito por goleada que devolverá a puntapiés con sus previsibles triunfos en País Vasco y Cataluña. Estamos en ocasión de recordar a estos obligados oponentes aquella famosa parida del siempre sabio Boinas que recuerdo rezaba: “como en el amor, en la política es mejor caer que quedar colgando de los huevos o de los cuernos”.