La tendencia actual, en guerra, es evitar la felicidad y cuestionar que se haga de moda. Consideramos una alta intriga irresoluble al hecho de poner sanciones a un país y que suframos las consecuencias, a renglón seguido, los países que ponemos las sanciones. Retrasamos de esta forma, hasta el cansancio internacional político, la posibilidad de que cualquier idea muera joven, aunque sea de éxito. Mejorar el mundo y la vida de sus habitantes es una tarea a imponer en el relato de los mandamases que arbitrariamente deciden sobre nuestro futuro. (Ese futuro que ya no es lo que era, la frase de Paul Valéry se ha hecho tristísimo pretérito pluscuamperfecto). Es muy cierto que «En la guerra no te matan accidentalmente. Sobrevives accidentalmente», y no lo es menos que las consecuencias de una guerra es lo inolvidable: las muertes, el hambre, los daños físicos y psicológicos, la destrucción y la pegajosa sombra de la violencia. Dice el Boinas con su sorna habitual que “el terremoto que hemos sufrido a todos los niveles nos inquieta tanto y con tal presión, que este largo puente la DGT montó un operativo de control en las carreteras sobre 13,5 millones de desplazamientos para “no incrementar en exceso” la escalofriante cifra de 300.000 muertos en el conflicto bélico Ucrania Rusia”. La verdad es que bien pensado, ponerle una mancha más al ocelote, no tiene relevancia planetaria. Los efectos energéticos, económicos y humanitarios nos han importado un huevo (de codorniz). Para “el español de a pie o de puente largo” la guerra no figura entre sus principales preocupaciones. El último resultado del Centro de Investigaciones Sociológicas coloca en el puesto 18 su preocupación por el asunto de una posible Tercera Guerra Mundial. La OCU ha apelado al realismo de los 13, 5 millones de meneantes y nos ha puesto en valor que el 21% de los españoles ha reducido la compra de alimentos básicos como las carnes y los pescados, y el 42% se ha pasado a las marcas blancas para ahorrar todo lo posible. Pero, el Boinas, al ser muy leído siempre coge la chuleta por donde quema, me regala el oído con una frase del Duque de Wellington: “España es el único lugar del mundo donde 2 y 2 no suman 4″. Inmediatamente se aplica vorazmente a trasegarse unas patatas bravas que nos han puesto de tapa. El bar está vacío. “Todo Cristo se ha marchado de puente”, rezunga el camarero que odia a la Ayuso porque no le gustó la frase con la que nos comentó el cómo disfrutó de su puente anterior: “Una Mahou en un bar de carretera, con mi coche, con mi presupuesto familiar, a 2 horas de Madrid.”. ¡Coño! ¡Que se la tome aquí! ¡Qué le doy buenísima tapa! Antes de servirnos otro vermut nos enseña un recorte de un periódico con foto de Casa Gerardo y un arrugado poema guerrero:
La tapa que aquí os damos
es obsequio del patrón,
si protestas la quitamos
no seas protestón.
No mires el tamaño
mira sólo la atención,
no olvides que es un regalo
no es ninguna obligación,
que a ti te sale barata
y a mí me cuesta un riñón.
A nuestro camarero favorito, visto lo visto, tampoco le importa la guerra como a las “Madres del cordero” de la Castañuela 70 porque “está lejos”, aunque le hayan subido el aceite, la luz y las patatas.
Tu análisis sobre el conflicto es impecable, aderezado por tu proverbial sentido del humor. Siempre es un placer leerte.