Aplaudir es un acto social que muestra nuestro reconocimiento. Es como si sustituyéramos la palmada en la espalda por un clac sonoro repetitivo que nos evita el contacto con el homenajeado y, a la vez, nos integra en el grupo de los afines al momentáneo credo. Hay muchos tipos de aplausos: alegres, emotivos, enfervorecidos, agradecidos, eufóricos y de chimpancé en zoo. Este último puede ser el inicio histórico del fenómeno que llega hasta nuestros días con renovadas ambiciones. Pero, hoy les voy a contar que hay un tipo de aplauso que la tele nos mete en nuestras casas y que, en mi humilde parecer, es deleznable, interesado y ridículo: el aplauso de bancada del Congreso. Es un tipo de felicitación sin análisis, que justifica un buen sueldo y, sobre todo, evidencia una entrega a la causa sin condiciones. El orador no busca el asentimiento o la convicción argumental de sus contrarios, sino el beneplácito de los suyos, que ramonean -como cabra ansiosa- los pequeños brotes de inteligencia que representa su colega de partido en el micrófono. Las obviedades vertidas al hemiciclo se celebran con aclamaciones ruidosas que justifican la ideología de lo expresado como una base musical inarmónica que ignoran los otros y que les sitúa en un desdén acústico gestual, difícilmente comprensible. Es sorprendente la pasión aplaudidora de nuestros representantes y su indiferencia aburrida, según quien exponga sus criterios de una manera más que previsible en la gran mayoría de los casos. Añoro aquellos palmeros de las folclóricas, que subrayaban los compases con alegría, ritmo y sentimiento nada fingido para sus artistas con los que compartían escenario y coreografía por poco más que un bocadillo. Me gustaría recordar a esta pléyade encallecida solo de arrullar con sus finos dedazos los argumentarios archisabidos; que en nuestro flamenco también existe un puntito que se denomina “palmas sordas”, que se ejecutan ahuecando palma contra palma como tapas de blanda almeja, para que el sonido sea apagado y a la vez más grave. Yo les recetaría a sus señorías claqueantes“sin ton ni son” que no ahuecaran todavía más las por lo general afectadas palabras de los oradores de su bando. Nos agotan el tímpano y nuestro desánimo se enfurece.
Un fortísimo aplauso “de nuestras partes” a los 23 diputados del PP y 19 del PSOE que en el pasado año tuvieron actividad nula en el Congreso. Y un OLÉ “por todo lo bajo”.