“La regla de oro para la sana práctica del petting es que no haya penetración”. Me lo dijo a bocajarro como quien no ha roto un plato en su vida, entretenida su existencia en dar patadas olímpicas a las cazuelas. Y se quedó más ancha que larga. Yo me ausente al baño fingiendo un apretón urinario y allí consulte Internet en el móvil. Coñoooo!!!- El petting es, básicamente el magreo por el magreo que procura una gran excitación y, por lo visto, unos orgasmos intensos fuera de norma habitual. Para resumir en una imagen lo que entendí, antes de profundizar en el asunto frotatorio, es prácticamente “como follar con la ropa puesta”. Como para ponerse a mear y no echar gota que diría un castizo. It’s bloody unbelievable que diría un mariresabidillo. Una tontuna de chichi nabo en voz de un ciudadano de calle principal. Mi amiga, una mujer con dos carreras y un nada despreciable currículo de parejas estables, buena bebedora de espirituosos y pese a su edad madura con real apariencia de jovenzana en edad de merecer por lo jamona y lo “bien plantá”, cuando volví a la barra, estaba coqueteando animadísima con un joven tenista con indudable aspecto de tocar bien y con precisión las pelotas. Observé perfectamente como una maniobra suya al tomar la copa de la barra se detenía y daba cuartel al revés en las operadas esféricas de mi amiga que se abalanzaba hacia delante para provocar un “ace” de libro dejándose ganar el punto (¿G?) directamente en el servicio sin que el oponente tocara con su raqueta las liztadas trayectorias en el envite de la bola. Como un experto juez de línea distinguí correctamente que no era un golpe de efecto y me hice a la callandina una dejada de volea hacia la salida del pub sin despeinarme. Saber perder si no se conocen las armas del enemigo no es una derrota, es forzar un Tie-Break con solvencia y sin disimulos, pensé. Camino a casa , no sé porque ni a cuento de qué, fijé mi colocón en el Congreso y lo imagine en plena vorágine petting colectiva . Me pareció una cavilación maravillosa que arreglaría muchos entuertos y probablemente solucionaría grandes desencuentros históricos. Las pasiones y las caricias no entienden de colores y siempre fueron por libre y terapéuticamente balsámicas con lo importante. No es difícil imaginarse a Colarra manoseando a tirones las viriles barbas del piojoso Ababascal, al Espinoso marquesillo morreando con la volcánica Orroramas, a la Monjasterio de la Cruz dándole cremita pederastica al parvulito Torrijón, a Lastrada haciendo manitas de plomo con un Pablo Solteron, a Teodorín Pijeas regando de huesos aceituneros el tesorín de una Gorgorita Coles, a una Holanda ya sin molinos recién oxigenada tras un laboral revolcón frustrado entre datos risibles con un feliz Colocoños , a un Baldebis salpicar goterones al bilbotar Aimor Estepan con rufianas esencias de puro coJon, a una Gambarra susurrándole al héroe Cosero que -el frotar se va a acabar- … al mismísimo Panchez excitándose con un arrimón ines-plicable. Y de estas y otras sandeces, hasta el infinito y más allá. Que bonito sería, en ese inverosímil imaginario y procaz totum revolutum amatorio, – sin descuidar que el roce hace el cariño-, encontrar de esa forma tan sugerentemente provocadora del paneleo el final de las crispaciones, de los malos rollos, y del disparate político, abundando eróticamente el consenso en lo fundamental, que es lo que los franceses legaron vía vaginal a la humanidad, confundiéndonos el orgasmo con una -pequeña muerte-. (Los ibéricos –carpetovetonicaos- hicimos, como siempre, nuestra torticera traducción: Polvo eres y en polvo te convertirás y entre medias un polvo nunca está de más). Alcanzar esa felicidad colectiva sin romanticismos, de una vez por todas y gracias al sexo petting, -sin penetración mayúscula-, por esos pésimos bien pagados actores que probablemente quisieron entrar vocacionalmente en política para dar placer personal y servicio social a los ciudadanos. Dos o tres calles vacías más allá, bajo una mortecina farola omicromica y de bajóna pálida, me percaté de que no solo había perdido la ocasión de frotarme con una dispuesta hembra entusiasta de la carne trémula sino que además mi perversa cabeza, tras varias copas, me juega con trampas al que como dice el refrán cervantino del tahúr : “no le faltan ganas de jugar ni al putañero de gastar”. Recordé entonces, a la luz de una exangüe avergonzada luna menguante, que de los dos leones de la escalinata de las Cortes uno no tiene testículos y me prometí, (ya sin los vahos del alcohol), que la próxima vez que caminara por la zona comprobaría, con rigor visual de oftalmólogo oculoplastico, de veterinario ortopedista o de culto Mirón broncista si llega el caso , la posición del emasculado a la izquierda o a la derecha. Me temo que el “uncoupling” , el cutremente importado lenguaje del desamor, le ha ganado todas las partidas al sugerente petting y ha viralizado el cese amistoso entre sus señorías y que además, por lo visto, es irremediablemente duradero y sin remedios.