El pasado viernes me invitaron unos amigos (Mario e Isabel) a ver el Nabucco del Real. Una maravilla con una técnica interpretativa prodigiosa y en un escenario tan perfecto acústicamente y tan confortablemente mágico, que el regocijo espiritual circuló sobre los terciopelos y ocurrencias de Verdi como en volandas.
En el tercer acto de Nabucco se desarrolla una hermosa aria, quizá la más conocida por todo el mundo: Va pensiero. En ella el coro de esclavos reza melódicamente:
O mia patria, sì bella e perduta!
O membranza sì cara e fatal!
Arpa d’or dei fatidici vati
Perché muta dal salice pendi?
Viene a preguntarse con tristeza porqué está muda la patria, para rematar de final con un: ¡Qué infunda al padecer virtud! Entonces es cuando el público aplaude a rabiar, y el director, – si percibe que el coro y la orquesta lo han bordado-, regala al público un bis para que lo piensen además de disfrutarlo. En esta ocasión así sucedió. Y claro que lo pensé. Y me embargó una tristeza insolente para con nuestra patria, que camina cojitranca entre los calores de una naturaleza encabronada por el maltrato, y un desafinado coro de políticos incapaces de hacer frente a los rigores de una guerra extranjera, que nos augura un invierno helador. ¿Para cuándo esperamos que suceda ese milagro que convierta el padecer en la leve virtud necesaria para sentirse humano? El Socialista Rallo le ha escupido a la cara al “moderado”: «Señor Feijóo, usted acaba de acatar la Constitución, ahora sólo le falta cumplirla», «¡Menos soflamas patrióticas y más cumplir la Constitución! Ustedes son el PP del ‘que se hunda España’ y el ‘cuanto peor para los españoles, mejor para ustedes'». Y el “moderado” con cara de lechuza en celo, que ha devuelto al PP al podio triunfador de las “encuestas tezanetas”, y que ha sacado de su quicio de confort a Sánchez, se quedó de perfil en su frio argumentarío, que no ha pasado nunca por la via de una solución constructiva. Y llegado a este punto, casi distraídamente, llega el cuarto acto, donde Nabucco reconoce sus muchos errores, y se entera de como su hija Fenena es conducida al patíbulo, para ver a continuación la agonía de su otra hija, Abigail, bajo los efectos de un veneno letal, pide perdón a su padre y a su hermana. Y vuelve uno a pensar, de la mano virtuosa de Giuseppe, en el país en el que vive y que debe de ser otro muy diferente al de los Sánchez los Feijoos y toda la demás patulea que maltrata nuestras entendederas sin respeto, sin arrepentimientos, sin piedad y lo que es peor: -Sin causa, donde la causa no justifique el motivo- que dijo Maquiavelo. Y despierta entonces uno en la tromba de aplausos a los saludos con la certeza de que el «Hic et nunc» nos queda, en lo político como en el mus…”al trantran”. Esperemos mientras, sin resignación. ¡Qué infunda al padecer virtud