Capítulo 2. Dióxido de cloro y el alma de los médicos

De cómo actúa en el organismo el CDS sabemos lo que nos dicen tanto el creador de la sustancia, Andreas Kalcker, como los doctores que la utilizan. Dicen que su ingesta provoca una oxigenación celular a nivel mitocondrial y que, por ello, regula la función de los diferentes órganos que gobiernan el cuerpo y mantiene equilibrado el pH. O sea, que ayuda a que el cuerpo trabaje mejor y las enfermedades tiendan a desaparecer. Suena bien, pero ¿será verdad? Mientras no haya investigación suficiente no lo sabremos a ciencia cierta, pero alguna idea tendremos si muchos pacientes a los que prescriben el CDS mejoran o se curan de sus patologías. ¿Los hay? Según los máximos responsables del Colectivo Mundial de Salud y Vida (COMUSAV), que integra a más de 3.000 médicos en 19 países, hay más de 10.000 casos documentados de recuperación del coronavirus. Aunque si hablamos también de otras enfermedades, como el autismo, los casos documentados deberían ser muchos más, ya que, según la doctora Patricia Callisperis, presidenta de COMUSAV Bolivia, en la actualidad hay más de 7.000 casos de personas que lo tuvieron y ya no lo tienen. “El autismo – asegura la doctora – es una enfermedad causada por una serie de intoxicaciones, una de ellas de metales pesados, por parásitos aún no descritos. Entonces, cuando se liberan los parásitos intestinales, que son parásitos aún no descritos, se ve realmente la recuperación de los pacientes”. ¿Estamos ante uno de los mayores descubrimientos médicos de los últimos 100 años? La doctora asegura que sí. ¿O quizá estamos ante un bluff de envergadura mundial? Seguimos en la duda. Hay que tener presente que las grandes agencias sanitarias, incluida la OMS, aseguran que el CDS es tóxico y puede llevar a la muerte. ¿Casos que aportan estas fuentes? Se cuentan con los dedos de una mano. Quizás tales instituciones sanitarias deberían volver a realizar nuevas pruebas y a recabar nuevos datos.

La cuestión es que los ciudadanos, la mayoría usuarios de los hospitales, queremos vivir, y vivir cuanto mejor, mejor. Todos asistimos atónitos a esta pugna que parece llevar a ninguna parte, pues todo se solucionaría con realizar más investigación y esto no se lleva a cabo. ¿Por qué? Eso nos preguntamos. Aquí hay versiones para todos los gustos. Una de corte conspiranoico, que dice que en lugar de una pandemia hay una plandemia y que con el virus lo que se está tratando de hacer es controlar a la población y reducir o eliminar nuestras libertades. La pandemia nos atemoriza y nos hace mostramos más sumisos y obedientes, nuestro nivel de crítica, al estar tan asustados, se reduce a mínimos, nos ponemos mascarillas aunque no esté claro científicamente que sea preciso hacerlo, nos confinan y callamos… ¿Qué pasa si en un ambiente así nos obligan a vacunarnos y no queremos? ¿Quién puede fiarse de una vacuna que aparece poco después de que estalle la pandemia? Cualquier producto farmacéutico exige cinco, seis o siete años para ser comprobados todos sus efectos, los directos y los colaterales. Y en Rusia descubren la vacuna meses después, y es el mismo Putin quien la presenta en sociedad. Es de locos. Y luego está China, la gestante del virus, hoy bajo control en aquellas tierras. Cuanto menos llama la atención. Si no tienen vacuna, ¿cómo lo hacen?

Así que cómo se va a permitir una investigación que impediría llevar a cabo ese plan. Otra teoría es la que dice que detrás de la pandemia están las grandes compañías farmacéuticas que maniatan cuando no corrompen a las grandes instituciones sanitarias y a los ministerios de Sanidad de cada país con la idea de hacer su agosto. Una es de carácter político social, la otra explicación es económica, parecen distintas, pero a la postre son parecidas. De hecho, en la cúspide de la plandemia, moviendo los hilos, estaría, eso afirman los plandemitas, la OMS, la FDA, el Banco Mundial y algunas de las grandes fortunas mundiales, como es el caso de la Fundación de Bill y Melinda Gates, propietarios de Microsoft. Y por supuesto las grandes compañías farmacéuticas.

Hay un informe significativo que ha llamado mucho la atención de los conspiranoicos y de los analistas, como es el caso de la periodista e influencer que firma como Amazung Polly, y que se puede consultar en su página. La historia es la siguiente: en 2018, la ONU pide a la OMS y al Banco Mundial que creen una nueva organización, GPMB o Global Preparedness Monitoring Board, integrada por expertos que deben analizar si estábamos preparados para una crisis mundial de salud. Pues bien, un año después, octubre de 2019, se publicó el informe, que se tituló “A World at Risk” y determinó que existía “una amenaza real de una pandemia letal” y que tal pandemia la produciría un “patógeno respiratorio que mataría de 50 a 80 millones de personas». El informe advertía de que dicho patógeno podría surgir de un laboratorio. Pocos meses después desayunábamos con la fuga del SARS-CoV-2 (COVID-19) de un laboratorio de Wuhan, en China, un lugar que ni sabíamos ubicar en el mapamundi. El informe concluía con lo más importante: la manera de evitar la catástrofe era investigando. ¿Y quién se ocuparía de realizar esa investigación? Obviamente quien tiene medios para llevarla a cabo: las grandes compañías farmacéuticas, que además son las que alimentan parte del presupuesto de la OMS. Hablamos, como ya se dijo, de cifras súper millonarias, 100.000 millones solo para fabricación y distribución de vacunas. ¿Casualidad o causalidad? Desde luego todo sucedió como si estuviera planeado. ¿Serían capaces de urdir algo así un grupo de empresas y organizaciones públicas dirigidas por un puñado de hombres? ¿Y si han conseguido tanto dinero ahora de los gobiernos, no hay una pizca siquiera para el dióxido de cloro? Lo suficiente para decirle en la cara a su creador, el alemán Andreas Kalcker: “Cállate la boca, déjate de decir tonterías, tu pócima no vale para nada”.

Lo de las vacunas trae miga. Fíjense lo que dice sobre ellas Robert Kennedy Junior, sobrino de John F. K., director de Waterkeeper Alliance, organización que se ocupa de la protección del agua en los Estados Unidos. Para empezar, descubrió que las vacunas contienen mercurio y luego descubrió que estaban exentas de pruebas regulatorias y que no se sometían al efecto placebo cuando las probaban. Por lo que, si era así, además del grave problema que implicaba para la salud de los estadounidenses, significaba que más de un político estaba mirando hacia otro lado mientras las compañías farmacéuticas se lucraban. Luego, dice Kennedy que se dio cuenta de que el problema era global y observó que controlan la prensa con publicidad, llegando a la conclusión de que las grandes farmacéuticas son una grave amenaza para las democracias del mundo. Mayor varapalo es imposible. Triste espectáculo. Y aún es peor con la pandemia, sugiere Kennedy, porque los políticos tienen más poder y control.

En Madrid hemos asistido a concentraciones de gentes venidas del resto del estado para denunciar algo parecido. La mayoría se manifestó sin mascarillas y eso originó un debate nacional: ¿tienen razón o son unos irresponsables? “Manifestarse sin mascarilla sabiendo que la Covid se transmite por el aire y por proximidad es una temeridad”, dijo sin dudar el escritor superventas Javier Sierra, mientras desde los medios de comunicación se les decía de todo menos bonitos. Sea como fuere, aquella manifestación, llamada de los negacionistas, puso en evidencia que hay un porcentaje de la población que se enfrenta al coronavirus de otra manera. ¿Estaban los manifestantes tan tranquilos, sin mascarillas, y sin guardar las distancias ordenadas de 1,5 a 2 metros, porque tomaban el dióxido de cloro? Eso al menos sugirió Josep Pámies, un polémico agricultor que ha creado en Balaguer, Lérida, un oasis de las plantas medicinales. Pámies es un claro defensor del CDS y de la planta artemisa annua para aumentar el sistema inmune frente al coronavirus.

El dióxido de cloro es muy, muy barato, y si sirviera además para curar otras enfermedades, como los síntomas de la quimio, pues sería perjudicial para la salud económica de estas gigantescas compañías farmacéuticas. Si es tan barato, ¿por qué investigar? Y las multinacionales farmacéuticas se quedan cruzadas de brazos. Lo que es normal por otra parte, nadie invierte su dinero en algo que no le va a producir dividendos. Así que nadie investiga el dióxido de cloro porque investigar es caro. ¿Tiene dinero para investigar Andreas Kackler? Pues parece que no, lo está tratando de conseguir a través del Colectivo Mundial Salud y Vida.

Esta organización, creada a primeros de 2020, tiene muchos aspectos interesantes, uno de ellos es que hay en ella no pocos militares. Su director general, sin ir más lejos, Guillermo Tamayo, es coronel del ejército ecuatoriano. Al parecer, durante el pico más alto de fallecimientos en Ecuador no había siquiera féretros para enterrar a la gente, ni bolsas, utilizaban cartones, y los cadáveres los recogían los soldados. Tamayo descubrió las bondades del CDS y se lo dio a sus soldados. Ninguno contrajo el coronavirus. Luego, Tamayo habló con otros militares de otros países y así comenzó el COMUSAV, una organización médica que defiende en las calles y las consultas las posibilidades del CDS. Así al menos nos lo contó Andreas Kalcker, quien es miembro honorífico de COMUSAV.

Los médicos que han venido utilizando el dióxido de cloro todos estos años en diversas enfermedades han sido insultados y perseguidos, incluso con el código penal en la mano. Y eso que no ha habido una sola muerte registrada por la ingesta de este producto, ni un solo caso de intoxicación, a pesar de que en el mercado negro, donde se compra al no estar autorizado, se llama dióxido de cloro a cualquier cosa. Lo que invita a pensar que podría haber pasado de todo y nada bueno, pero no ha sido así, seguramente porque estamos ante un producto como mucho inocuo si se toma en pequeñas cantidades, mililitros. Hay un caso de un niño fallecido al que al hacerle la autopsia se le encontraron rastros de dióxido de cloro, 5 mililitros, lo suficiente para que quienes son contrarios a su uso hayan puesto el grito en el cielo, no importa que la cantidad sea insignificante.

Ha habido y hay también mucho charlatán en torno a este producto, mucho llamado médico alternativo sin la formación adecuada… Como también ha habido mucho médico alópata que ha denigrado el producto aprovechando que quienes lo utilizan no tienen a veces la formación médica necesaria. Porque esa es otra perspectiva de las muchas que encontramos en este tema. Y es que, aun siendo inocuo, tomado en cantidades pequeñas, solo los médicos cualificados deberían administrárselo a los pacientes. Pero, ¿qué pasa si el CDS está ahí y es bueno para la salud de millones de personas que están contagiadas de coronavirus o que lo quieren tomar como medida preventiva, pero no hay médicos que lo administren porque lo desconocen, porque ellos solo siguen los protocolos establecidos, porque no se atreven, o quieren, pero les falta la formación necesaria, porque están asustados ante tanto ataque perpetrado desde los medios de comunicación…? ¿Quién se lo administra entonces a los pacientes? ¿Deben quedarse los pacientes sin el CDS? Estamos hablando desde la hipótesis de que la sustancia llamada dióxido de cloro fuera buena para atajar el coronavirus y que la gente estuviera muriendo, como está, o se pasara semanas luchando por su vida en las UCIS.

Lo que nos lleva a poner a los médicos cara a cara con su auténtico yo, con su alma. Cuando se preguntan: ¿para qué estudié medicina? Porque, repito: ¿qué debe hacer un galeno ante una persona grave sabiendo que tiene un producto como el dióxido de cloro y que este podría salvarle la vida? El médico en cuestión sabe que está penado su uso, pero al paciente le ha fallado todo lo demás, los respiradores, los ventiladores, el Remdesevir…

Cada vez más médicos, hartos de la persecución a la que están siendo sometidos, están decidiendo acogerse a los Acuerdos de Helsinki, al artículo 37, que dice: «Cuando en la atención a un paciente no hay tratamiento contrastado y las intervenciones posibles han resultado ineficaces, el médico, después de pedir consejo de experto, con el consentimiento informado del paciente, puede permitirse Intervenciones No Comprobadas (INC), si, a su juicio, ello apunta alguna esperanza de salvar la vida, restituir la salud o aliviar el sufrimiento del paciente. Tales intervenciones deben ser investigadas posteriormente a fin de evaluar su seguridad y eficacia. En todos los casos, esa información nueva debe ser registrada y, cuando sea oportuno, hecha pública».

El catedrático de Análisis Estadístico y Metodología de la Investigación, Luis Prieto Valiente, lo tiene claro, lo tiene tan claro que ha hecho pública una carta para que todos los médicos que estén de acuerdo con acogerse a los Acuerdos de Helsinki, la firmen. “Ante esta pandemia devastadora, con su rastro terrible de muertes, secuelas graves y derrumbe económico, frente a la que estamos inermes – arguye el catedrático -, si un paciente con pronóstico incierto o malo quiere probar una opción terapéutica de la cual hay indicios de utilidad, aunque aún no haya evidencia científica, el médico no debe negarle esa posibilidad alegando que no está plenamente demostrada su eficacia. Y no puede exigir la realización previa de un Ensayo Clínico Controlado, Aleatorizado y doble Ciego, ECC, que tardará meses en realizarse. Luis Prieto Valiente, en su larga y prolija carta, plagada de argumentos, recuerda algo tan simple como que “muchos tratamientos nuevos entraron en la medicina como INC, obligados por la impotencia y la urgencia ante pacientes abocados a la muerte, no tras meticulosos estudios previos. Ejemplo paradigmático es la penicilina, que consiguió salvar la vida de Anne S. M. en 1942 en Estados Unidos. “Estaba a punto de morir tras un mes de fiebres altísimas y delirios provocados por una infección. Las sulfamidas y transfusiones no habían servido de nada y seguía empeorando. Sus médicos, desesperados, le administraron una pequeña cantidad de lo que todavía era una droga oscura y experimental, sobre la que solo se habían realizado unos pocos estudios, con resultados mixtos y en gran medida desalentadores. En pocas horas su temperatura fue bajando, dejó de delirar y empezó a ingerir alimento… Anne murió nonagenaria en 1999. Aquel éxito fue decisivo para que en los meses siguientes la penicilina salvara un número incalculable de vidas en la 2ª guerra mundial… ”. Vemos que NO se usó la penicilina tras sistemáticos estudios previos, sino obligados por la posibilidad de salvar una vida.

La carta plantea muchas de las hipótesis de trabajo con las que nos estamos moviendo todos los que estamos preocupados por la situación pandémica en la que vivimos. Por ejemplo, advierte que los médicos suelen dar por bueno lo que dictan la OMS, la FDA y la EMA, pues se supone que estas se han informado profundamente antes de emitir su dictamen, pero que no siempre es así. Que suele serlo, sí, pero, sin ir más lejos, la OMS se equivocó en la valoración inicial de la COVID-19. Sobre este punto el doctor quita hierro al asunto, pero como se dijo, hay quien ve en ese error una maniobra táctica de la plandemia, quien piensa que tras la OMS está la mano oscura de quienes la patrocinan y dirigen.

Sea como fuere, ninguna de las grandes agencias sanitarias, viene a decir el doctor Prieto, “justifica sus afirmaciones de condena del CDS con estudios propios o referencias bibliográficas”.