“La gente trataba a los enfermos de COVID como si fueran leprosos. La idea que circulaba era la de que si te acercabas a ellos ibas a morir”.
“Gracias a Dios apareció el CDS que nos ayudo en lo personal, en lo familiar y en el entorno”
“Hemos salvado la vida a unas 2500 a 3000 personas”
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Los centros hospitalarios de la región del Beni, en Bolivia, estaban colapsados. La COVID golpeaba fuerte y moría gente hasta en las calles. Nadie sabía qué hacer, dónde refugiarse para sentirse a salvo. El periodista Walter Limpias fue testigo de lo que sucedía en su tierra y decidió que además de grabar con su cámara el terror que se vivió allí los primeros meses del año 2020, echaría una mano en las calles ayudando a administrar a la gente CDS, dióxido de cloro. Su propia esposa también lo hizo, y no fueron los únicos. Hubo más gente solidaria. Todos comprobaron los efectos beneficiosos y casi fulminantes entre los contagiados del dióxido de cloro, el CDS, la agüita amarilla.
Allí, en el Bene, en sus ciudades y campos, se originó la revolución del dióxido de cloro, y su expansión. Fue tal su impacto en la sociedad boliviana que pocos meses después derivó en diversas leyes autonómicas y una nacional para protegerlo. El CDS había contribuido a detener la matanza de un virus que fuera de las fronteras de Bolivia era ilegal o alegal. Sin embargo, la aparición del CDS, la actuación de médicos como la doctora Patricia Callisperis – una de las caras mundiales del CDS -, fue determinante, pero insuficiente pues la mayoría de los médicos siguió manteniendo al CDS en el gueto, lugar del que no quieren que salga. Médicos y científicos que han trabajado con él han solicitado la realización de estudios clínicos que demuestren su fiabilidad y seguridad, pero las instituciones que deben darle su visto bueno dilatan interminablemente los procesos que derivan en su aprobación.
El periodista Walter Limpias nos cuenta cómo fueron aquellos terribles días y qué sucede en Bolivia con el CDS, el porqué de ese amor y odio.
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